Los países que han sido exitosos en su tránsito hacia el desarrollo son aquellos que hicieron una apuesta firme y de largo aliento por la educación. Es decir, que adoptaron como una verdadera política de Estado la promoción de la formación escolar, técnica y profesional de excelencia, a sabiendas de que los resultados se verían en el largo plazo.
La realidad educativa en el Perú es de espanto. El nivel del magisterio ha decaído terriblemente. En el siglo pasado, en los colegios nacionales enseñaban profesores de altísimo nivel. Recordemos nomás que en el colegio Nuestra Señora de Guadalupe –estatal, por cierto– enseñaban maestros de la talla de Jorge Basadre, Manuel Candamo, Aurelio Miró Quesada, César Vallejo, Augusto Salazar Bondy, Javier Heraud, José María Arguedas, entre otros; y entre sus discípulos podemos mencionar a Daniel Alcides Carrión, Abraham Valdelomar, Julio C. Tello y Felipe Pinglo. Lo mismo ocurría en las universidades estatales, en las que, por ejemplo, San Marcos y la UNI estaban en el primerísimo nivel.
Hoy, si queremos graficar de manera cruda y lapidaria lo que ha pasado con el nivel educativo del país, nos bastaría indicar que en educación escolar hemos pasado de Jorge Basadre a Pedro Castillo Terrones; y, a nivel superior, de José León Barandiarán, Raúl Ferrero, Max Arias Schreiber o Carlos Fernández Sessarego a tener hasta profesores con antecedentes delictivos.
El legado que un maestro transmite, no solo en cuanto a conocimientos, sino también en valores y ejemplo de vida, genera en el alumno la aspiración de seguir su huella; muestra el ejemplo del éxito obtenido sobre la base del estudio, los conocimientos, la trayectoria y su don de gentes. Hoy, salvo honrosas excepciones –que las hay–, los ejemplos que tenemos inspiran todo lo contrario.
Entonces, frente a esa realidad que ningún partido puede negar, pues todos los planes de gobierno han abordado el tema educativo con una mirada crítica sobre la situación actual, ¿cómo entender la aprobación por insistencia de la Ley 31996, que establece el nombramiento de docentes que no habían logrado ingresar a la carrera magisterial por haber sido previamente desaprobados en la respectiva evaluación? ¿Cuál es el raciocinio o pensamiento que mueve a los congresistas, que provienen de bancadas aparentemente disímiles de pensamiento, a apoyar tal estropicio? ¿Acaso un voraz apetito populista incentivado por la ahora posible reelección?
Algo similar ocurre en el Ministerio de Salud, que recientemente ha dictado la Resolución Ministerial 263-2024/Serum, por la que cambia las reglas para postular como serumista en el 2024, estableciendo que podrán ocupar plaza aquellos que no hayan aprobado el examen nacional de la carrera. Sí, aunque usted no lo crea, ello incluye a ¡los desaprobados! Sería bueno saber de qué universidades provienen estos mayoritariamente.
Este ministro de Salud, César Vásquez, ha emitido además la resolución de marras pasándose por encima la Ley del Servicio Rural y Urbano Marginal de Salud-Serums, Ley 23330, y su reglamento, aprobado por el Decreto Supremo 005-97-SA, que obligan a que el servicio sea prestado por profesionales de la salud que tengan título, estén colegiados y habilitados, y que hayan aprobado el examen nacional de la carrera correspondiente.
En estos tiempos, lo único que se está institucionalizando en nuestro querido Perú es la mediocridad y el abuso de poder, que se ejerce sin pudor alguno en todos los niveles.