Diego Macera

El fin de semana pasado el presentó en este Diario la undécima edición del Índice de Competitividad Regional (). El informe es un esfuerzo para medir y comparar –con información pública y metodología transparente– los avances de cada región en entorno económico, educación, infraestructura, salud, institucionalidad y trabajo. De ahí, de la comparación directa, se pueden extraer mejores prácticas y generar sana competencia entre las regiones por ser las primeras en cerrar brechas.

Desde su primera edición, preparada con información del 2012, los cambios de puesto en la parte superior del ránking no han sido muy significativos. En general, la región Lima Metropolitana y Callao lidera el grupo, seguida por la costa sur y, luego, la costa norte. En la segunda mitad de la tabla se alternan regiones de la sierra y de la selva. Una notable excepción a este relativo equilibrio es Apurímac. Esta región de la sierra sur pasó del puesto 21 en la primera edición del ránking a la ubicación 15 en el Incore 2023. En indicadores como vacunación infantil, partos institucionales, brecha de género laboral o presupuesto público por habitante, Apurímac alcanza ya los primeros puestos a nivel nacional.

La explicación más directa para esta mejora –mucho más rápida que la de sus pares– es el increíble avance de la minería en la región a partir de la operación de Las Bambas. A corto plazo, mayor dinamismo económico (Las Bambas representa aproximadamente dos tercios del PBI de Apurímac) se traduce en más empleo directo e indirecto, proveedores locales, regalías, etc. A mediano plazo, diversos estudios encuentran que los niveles de pobreza disminuyen y los de servicios básicos mejoran en zonas mineras.

Quizá la región donde se pueden ver estos efectos de manera más obvia y a más largo plazo sea Moquegua. En el censo de 1961, antes de que entrara en operaciones la mina de Cuajone, Moquegua tenía estadísticas de desarrollo cercanas o en ocasiones por debajo del promedio de los departamentos de la costa, y en algunos casos incluso por debajo del promedio nacional. Seis décadas más tarde, Moquegua alcanza el segundo puesto en el Incore 2023, solo por detrás de Lima, con liderazgo nacional en indicadores económicos, de salud, de educación y laborales. La principal diferencia relevante en ese período, que distingue a Moquegua de otras regiones relativamente comparables pero que avanzaron mucho menos –como, por ejemplo, Lambayeque–, es la constancia de una operación minera de gran envergadura.

Pero las operaciones mineras por sí solas no son suficientes. Para que redunden en bienestar general –educación, salud, empleo, caminos, agua, etc.– en un período de tiempo más corto, deben venir acompañadas de políticas regionales sensatas. Moquegua tiene todavía enormes desafíos y pudo haber avanzado mucho más rápido con mejor gestión. La continuidad de Cuajone y la reciente entrada en operación de Quellaveco sigue otorgándole una enorme ventaja de saque.

Apurímac, que –comparativamente hablando– recién empieza su ruta minera, tiene la oportunidad de acortar estos plazos de desarrollo, posiblemente a la mitad. Su geografía y ubicación sin duda son más retadoras que las de una región costera, pero la gigantesca palanca que puede usar con Las Bambas y sus proyectos en cartera (Cotabambas, Haquira, Chancas, Trapiche, etc.) es incomparable, sobre todo en una región relativamente pequeña. Sus recursos reales y potenciales son más que suficientes para diseñar bien y ejecutar grandes proyectos en caminos, energía, capital humano, salubridad y en todas las variables que generan un círculo virtuoso entre inversión privada, cierre de brechas y desarrollo. Pero, esta vez, la meta es lograrlo en mucho menos de medio siglo.

Diego Macera es director del Instituto Peruano de Economía (IPE)