Cuando la discusión sobre el calentamiento global recién empezaba a trascender de las cumbres climáticas y los círculos de ambientalistas, recuerdo que entre los más escépticos uno podía encontrar a los geólogos. La idea de que el ser humano pudiese cambiar dramáticamente las condiciones en el planeta en tan poco tiempo les parecía, pues, muy improbable. No era infrecuente ver a gente vinculada al sector minero refiriéndose a este tema como un “engaño” propalado por quienes seguramente tenían agendas antiempresariales.
Y miren cómo han cambiado las cosas. Han sido los propios geólogos los que han bautizado nuestra era como la del Antropoceno, debido al ya innegable impacto, en términos geológicos incluso, que está teniendo nuestra especie sobre el planeta. Pero hay algo incluso más curioso: la industria minera, o al menos un sector muy relevante de esta (exceptuando a la minería de carbón), se ha convertido en uno de los aliados empresariales más vocales en la lucha contra el cambio climático. ¿Qué fue lo que pasó?
Veamos. Para poder cumplir con el objetivo del Acuerdo de París de mantener el aumento de la temperatura promedio global por debajo de 1,5 grados Celsius y así evitar los efectos más catastróficos del cambio climático, vamos a tener que electrificar nuestros sistemas de transporte (es decir, desplazar a los autos que funcionan sobre combustibles fósiles y reemplazarlos por autos eléctricos) e invertir fuertemente en energías renovables como la eólica y solar. ¿Y qué necesitamos para eso? Pues, entre otras cosas, cantidades ingentes de cobre.
Para que se hagan una idea: según un reporte reciente de Standard & Poor’s (S&P), la demanda global de cobre se va a duplicar a 50 millones de toneladas anuales para el 2035. Y, para esa fecha, lo que va a haber es una brecha de oferta de como 10 millones de toneladas anuales, en el escenario menos auspicioso. Es decir, si la humanidad no logra cumplir el objetivo de llegar a cero emisiones netas de gases de efecto invernadero (GEI) en el 2050 como plantean los acuerdos internacionales, esto podría deberse en no poca medida a que no pudimos desarrollar suficientes minas de cobre.
Pero ¿cuántas son necesarias? Según S&P, tendríamos que inaugurar por año nada menos que tres minas de cobre que produzcan por encima de 300.000 toneladas anuales por los siguientes 29 años. Es decir, tres Toromochos por año por casi tres décadas.
Ciertamente, a muchos ambientalistas (que se han formado con visiones más bien críticas de las actividades extractivas) les cuesta mucho reconocer el rol gravitante que va a tener la minería cuprífera en la transición hacia un mundo con cero emisiones netas. Quién diría: parece que el principal problema ambiental que enfrentamos como humanidad solo va poder solucionarse si hacemos más minería.
Pero no minería a como dé lugar, por cierto. Lo que se le presenta hoy a la industria minera –tan relevante para nuestra economía y que sigue teniendo enormes oportunidades de desarrollo aquí por cómo nos ha bendecido la geología– es el desafío de convertirse en un aliado climático en todo el sentido de la palabra. La industria minera (principalmente la de carbón) es responsable de entre un 4% y 7% de las emisiones globales de GEI; es decir, tiene mucho que trabajar en casa. Pero ya uno ve minas cupríferas en Chile como Zaldívar o Los Pelambres que funcionan al 100% con energías renovables.
De hecho, las empresas que conforman el Consejo Internacional de Minería y Metales (ICMM por sus siglas en inglés), que representan un tercio de la producción minera global, ya se han comprometido a llegar a cero emisiones netas para el 2050, considerando sus propias operaciones y la energía que consumen (lo que se conoce como los alcances 1 y 2 de la huella de carbono).
Vaya desafío. A veces, como país, sentimos que nuestra voz es poco trascendente en las grandes discusiones globales, como el debate sobre cómo enfrentar el cambio climático. Pero aquí tenemos una clarísima excepción. No hay muchos lugares en el mundo donde pueda generarse esa oferta de minas cupríferas que la humanidad necesita para alcanzar cero emisiones netas en el 2050. El Perú es uno de esos lugares.
Así como el mundo necesita que preservemos el bosque amazónico, también va a requerir que hagamos más minas de cobre.