El Ministerio de Cultura acaba de crear CulturaLab, su laboratorio de innovación cultural que, de acuerdo con su norma de creación, busca “implementar mecanismos de cocreación para el desarrollo de propuestas de ideas innovadoras y soluciones creativas con diversos actores públicos, privados y de la sociedad civil”.
La traducción en simple de este objetivo de creación podría resumirse en “involucrar a los ciudadanos en la definición y gestión de servicios públicos”. Este tipo de objetivo es el que, de manera general, se podría aplicar también a los otros GobLab (o laboratorios de innovación gubernamental, en castellano) que ya existen en el país y que se encuentran agrupados en la llamada Red Nacional de Laboratorios de Innovación Digital de la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM).
Además de buscar involucrar a los ciudadanos en el proceso mismo de prestación de servicios públicos, los GobLab buscan innovar la forma en la que el Estado se relaciona con la ciudadanía, potenciando las acciones propias de nuestro rol ciudadano en el siglo XXI: la rendición de cuentas y la cocreación.
Probablemente, usted tenga una idea somera sobre la rendición de cuentas, pues esta se vincula con la posibilidad de ejercer control social sobre nuestros mandantes o sobre los funcionarios a los que delegamos esa posibilidad. Pero sobre el término cocreación, en cambio, podría surgirle desconocimiento. Y eso es algo de no extrañar.
Y no es de extrañar porque la forma en la que nos relacionamos con la administración pública suele ser muy escasa y estar muy vinculada a la tramitología. Esta forma tan acotada de vinculación es más bien pasiva y desconoce el empoderamiento ciudadano forjado mediante el uso de las redes sociales, relegándonos al papel de meros espectadores.
Por ello, es muy positivo que en varias entidades públicas el término cocreación se vuelva cada vez más popular. Y, mejor aún, que sea una función que se busca promover como parte del deber ser de la función pública.
Ahora bien, la cocreación no es una disciplina fácil de ejecutar, pues tiene detrás algunos supuestos culturales que no son de sencilla digestión en un mundo con tanta aversión al riesgo, tal y como es el caso de la gestión pública.
En un contexto donde los fracasos pueden implicar altos costos presupuestales, generar problemas a multitud de personas e interrumpir carreras políticas, el surgimiento de laboratorios de innovación puede ser un gran estímulo para una mejor gestión del riesgo.
Sin embargo, el éxito de su propósito no se logrará con el simple hecho de llamarlos laboratorios, sino con una dotación efectiva de capacidades para gestionar esos riesgos que se pueden adquirir vía alianzas y colaboraciones. Sería pertinente recomendar al nuevo CulturaLab definir pronto quiénes serán sus aliados en el siempre apasionante reto de cocrear nuevos servicios ciudadanos.