El gobierno quiere acelerar la construcción y el acceso a la vivienda. Anunció que convertirá al prestamista oficial Mivivienda en algo parecido a la agencia estadounidense conocida como Fannie Mae. Es una pésima idea.
Esta entidad fracasó escandalosamente con la crisis financiera del 2008, la cual contribuyó a gestar. Querer seguir su modelo es un craso error. Pero parece que la idea ya está en camino. Igual que con Fannie Mae, se nos asegura que un nuevo Fondo Mivivienda corregirá una falla en el mercado en que la penetración bancaria o la oferta de hipotecas no son lo suficientemente profundas, y que los más beneficiados serán quienes no están en condiciones de sacar préstamos hoy.
A diferencia del Perú, sin embargo, hoy en día en EE.UU. los políticos reconocen ampliamente que Fannie Mae fue un desastre. En el 2010, el congresista Barney Frank, del ala izquierda del Partido Demócrata y uno de los más fervientes defensores de Fannie Mae y de la idea de que se debe fomentar la propiedad de viviendas, confesó: “Espero que para el próximo año hayamos abolido a Fannie… fue un gran error aventurar a gente de bajos ingresos en programas de viviendas que no podían costear ni tampoco manejar una vez que los obtenían”.
El programa de Fannie Mae que la administración Kuczynski quiere copiar fue creado por el Gobierno Estadounidense durante la Gran Depresión para estimular el mercado de hipotecas. Fue esencialmente privatizado tres décadas después. Su papel fue el de comprar hipotecas que los bancos privados habían creado y así fortalecer ese mercado.
El problema fue el siguiente. Primero, Fannie Mae siempre gozó de la garantía implícita del Gobierno Estadounidense. Si entraba en problemas, se sabía que el Estado lo rescataría. Con esa ventaja, pudo incurrir en deudas a bajísimo costo y pudo hacer negocios que otros competidores no podían. Y los accionistas de Fannie Mae ganaron con ello.
Segundo, a partir de los noventa, los políticos demócratas y republicanos exigieron que Fannie Mae adquiriera préstamos emitidos para gente de bajos ingresos y, por lo tanto, de mayor riesgo. Para el 2000, se requirió que la mitad de dichos préstamos fueran de alto riesgo. Para el 2008, se requirió más de la mitad.
De esta manera, los políticos crearon un mercado enorme de préstamos riesgosos que además estimuló la burbuja de vivienda. El economista Peter Wallison encontró que en el 2008, justo antes de la crisis, más de la mitad de las hipotecas en EE.UU. eran riesgosas y el 76% de estas las tenían Fannie Mae y otras agencias similares respaldadas por el gobierno.
Hubo gente que advirtió sobre el riesgo de una crisis. Aun así, los expertos aseguraban que todo andaba bien. El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz fue coautor de un estudio –pagado por Fannie Mae– donde concluyó que existía una “probabilidad extremadamente baja” de que la agencia cayera en la bancarrota y que el riesgo para el gobierno sería “efectivamente cero”.
Uno de los grandes problemas de Fannie Mae es que corrompió a casi todo Washington. La agencia gastó millones de dólares en financiar las campañas de los políticos, los grupos activistas que los apoyaban y los centros de investigación, entre otros. Contrató a familiares de políticos importantes. Se taparon irregularidades con la ayuda de gente poderosa. Luego de la crisis, se descubrieron todo tipo de fraudes.
Cuando cayeron los precios de las viviendas y explotó la crisis, el gobierno realizó el rescate financiero más grande de la historia estadounidense –casi US$200 mil millones –a Fannie Mae y a las agencias que siguieron su modelo. Fannie Mae privatizó las ganancias y socializó las pérdidas.
¿Realmente queremos seguir el ejemplo fracasado de EE.UU.?