El actual Congreso es muy diferente a los anteriores. Lo que, formulado así, podría ser una buena noticia, no lo es. Este Parlamento es, más bien, el que más rápido ha generado una cantidad exuberante de proyectos insensatos.
Quizás el que empezaran sus funciones junto con el COVID-19 fue un temprano augurio de lo que se venía. A estas alturas, podría tomarnos toda esta columna enumerar los proyectos tóxicos en los que están embarcados. Por eso, en medio de la tragedia que vivimos, tenemos que robar tiempo para analizar su particular forma de operar.
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Simplificando, el Congreso actual tiene dos modalidades de legislar. Una que podríamos llamar ‘súper fast track’ y la otra, el ‘casi sin track’.
Del ‘súper fast track’ se ha escrito más. Lo resumo a la misma velocidad que ellos la usan: la Junta de Portavoces escoge un proyecto. El primer requisito: medirlo a través del “aplausómetro” de lo que le gustaría a la gente. Si pasa la prueba, se envía de frente al pleno de la semana. ¿Y las comisiones? (“nooo, eso cansa”). Además, mientras menos fundamentado sea el proyecto, mejor (“son muy aburridos esos documentos”). ¿Pedirle opinión al Ejecutivo? (“pero si somos el primer del poder del Estado”). ¿Y a los especialistas? (“esos fríos tecnócratas que no saben lo que el pueblo realmente necesita”). Así, viene el pleno de la media noche, donde solo se puede saber si sigue habiendo quórum preguntando: “¿Está usted despierto(a), congresista?”. El proyecto se aprueba al filo del amanecer y, para evitar dudas o murmuraciones, se lo exonera de segunda votación. Y listo.
Por otro lado, el mejor ejemplo del ‘casi sin track’ se puede apreciar en la discusión para la reforma política que tiene lugar en la Comisión de Constitución. Recordemos que, durante la breve campaña electoral para el Legislativo, los candidatos coincidieron en los principios básicos que debía contener esta reforma: democracia interna, paridad de género, eliminación de la inmunidad parlamentaria, entre otros. Sin embargo, ni bien ocuparon sus curules, los congresistas concluyeron que la majestad del Parlamento no debía sufrir tantos cambios en su modo de elección. Más aun si, gracias al buen criterio ciudadano, ellos habían resultado elegidos.
Costó muelas conseguir que la Comisión de Constitución aprobara la paridad y la alternancia de género, que es un tema con amplio consenso (somos pocos los que dudamos que esta sea la mejor idea). Al aprobarla (18 votos a favor, uno en contra y 4 abstenciones), parecía haber también una abrumadora convicción parlamentaria para implementarla.
No obstante, no pasó mucho para que se decidiera sobre el voto preferencial (la lacra responsable de gran parte del desastre que es hoy nuestra política). Se aprobó mantenerlo; por poco, pero se aprobó. Como es evidente, la alternancia y la paridad son una farsa si es que hay voto preferencial, ya que –en teoría– podríamos llegar a tener un Congreso conformado por 130 varones.
La incoherencia es doble, pues el voto preferencial choca también con las primarias internas (las abiertas se cancelaron por el COVID-19), en las que la lista de candidatos del partido político debe someterse al voto de los militantes para determinar su orden, bajo los principios de paridad y alternancia. Esto requeriría que no haya luego voto preferencial. La Comisión de la Mujer se dio cuenta del problema y aprobó un dictamen que elimina el voto preferencial. Pero nótese que son los mismos “partidos” los que votaron, en distintas comisiones, en sentidos opuestos.
A estas alturas, ya nada garantiza primarias internas de verdad. Ahora, incluso, está en riesgo el sistema ‘un militante, un voto’, con padrón revisado por el Reniec, organizadas por la ONPE y cuyos resultados sean avalados por el JNE.
Hay otros dos temas centrales cuya fecha límite es el próximo viernes que acaba la legislatura. Ese día es el plazo límite para iniciar la reforma constitucional para que los condenados por delitos dolosos en primera instancia no puedan presentarse. También, para eliminar la inmunidad parlamentaria, que casi todos los actuales congresistas enarbolaron en campaña. Sobre todo, el presidente de la Comisión de Constitución, que ahora, en el predictamen, ha dado un giro de 180°.
¿Están todos los congresistas de acuerdo con estos ‘modus operandi’, graficados en los dos ‘tracks’ mencionados? Claro que no.
Hay los que critican frontalmente esta forma de actuar (pocos). Hay los que dudan, pero se dejan llevar. Una parte de estos, además, tienen la capacidad y los principios para reaccionar y darse cuenta de en qué están convirtiendo su ilusión de hacer las cosas bien. Y, por supuesto, hay los que saben lo que quieren y actúan con premeditación, alevosía y ventaja.
¿Quiénes son estos últimos? Al que le caiga el guante, que se lo chante.