Pecera ilustración
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Alfredo Bullard

Artidoro se levanta un buen día en su casa en el pequeño pueblo de Peor es Nada. Es el día de inaugurar su restaurante. Es el único restaurante del pueblo. Su buen amigo Crisólogo, el único economista de Peor es Nada, le había recomendado que hiciera la inversión: “Tendrás un . Es una inversión sin pierde. Si eres el único restaurante del pueblo, los clientes no tendrán otra alternativa que comer en él. Sin competencia ganarás mucha plata”. Artidoro está tan entusiasmado que, transparentemente, llama a su restaurante El Monopolio Culinario.

Efectivamente, el primer día Artidoro está feliz. El restaurante abre rebosando de clientes. Las ventas son buenísimas. Y así le va los siguientes días. Crisólogo lo visita con una sonrisa orgullosa de oreja a oreja: “Te puede ir mejor. Sube los precios y los clientes no tendrán otra alternativa que seguir pagándolos. Total no tienen a donde ir”.

Artidoro sigue el consejo de su amigo y duplica sus precios. Pero para su sorpresa, a los pocos días las ventas comienzan a caer.

No entiende qué pasa. Sale a la calle y pregunta a sus clientes. Descubre que en los días siguientes a la subida de precios comenzaron a aparecer quioscos de venta de comida y uno que otro restaurante pequeño donde sus comensales encuentran una alternativa más barata. Otros llevan lonchera a su trabajo y más de uno regresa a almorzar a su casa. Algunos incluso se iban a almorzar al cercano pueblo de Mejor es Todo.

El problema es que Crisólogo era economista, pero sabía poco de economía. Para ser un monopolio no basta con parecer ser el único. Es necesario que, cuando subes el precio, los consumidores no encuentren o no creen alternativas en el corto plazo. Si los consumidores pueden moverse no tienes en realidad un monopolio. El Monopolio Culinario debía en realidad llamarse El Monopolio Bamba.

Para la mayoría, el término ‘monopolio’ es una mala palabra. Se asocia con no tener opciones y con la falta de libertad de elección. Significa precios altos y menos oportunidades. Salvo alguien tan ingenuo como Artidoro o muy mal asesorado por alguien como Crisólogo, nadie se autodenominaría como “monopolio”.

Pero siempre me ha llamado la atención cómo el Estado, muy orondo y sacando pecho, se llama a sí mismo monopolio. El Estado reclama ser quien tiene el monopolio de la fuerza para hacer cumplir la ley. Y asociamos ello con algo bueno. En las clases de derecho en la universidad más de un profesor te enseña que solo hay un sistema legal y que estamos obligados a cumplirlo. Definen el derecho como un monopolio.

Pero eso no es cierto. Al igual que como ocurre con el falso monopolio de Artidoro, si cumplir la ley es costoso y no eres un monopolio en realidad, la gente se irá a buscar o creará sus propios sustitutos. Y el monopolio se desvanece y la pretensión de un derecho único queda en ‘off side’. En realidad, hay distintos sistemas de leyes o reglas compitiendo entre sí.

Si en un país el sistema legal no funciona y es costoso de usar, la gente migra. La amenaza del muro de Trump deja claro que son los mexicanos quienes quieren pasar a Estados Unidos y no los norteamericanos a México. Y no hay balseros remando desde Miami para llegar a La Habana.

Pero incluso dentro de nuestras propias fronteras las personas encuentran sustitutos a la ley estatal. La informalidad no es la carencia de reglas, sino el vivir con reglas diferentes. Posiblemente imperfectas e ineficientes, pero que existen frente al costo inafrontable de usar el sistema de leyes formal. Quizás se pueda comer mejor en el restaurante de Artidoro que en los quioscos que pululan a su alrededor. Pero si Artidoro no baja los precios, verá a sus comensales yendo a otro lado.

A raíz del incendio en Las Malvinas se ha acusado a la desregulación como la causante de las muertes. Eso es falso. Regulaciones existen. La gente no las cumple porque son demasiado caras o absurdas. La informalidad es una reacción a reglas costosas, no una reacción a la falta de reglas. Nuestro sistema legal formal debe ser realmente malo y costoso para que existan personas dispuestas a trabajar encerrados en un contenedor. Así pasa con los monopolios bamba: no comen ni dejan comer.