Las autoridades en el Perú no son necesariamente ineficientes; se trata, más bien, de personas que les gusta hacer el mal. Gozan con humillar al ciudadano, consideran que es un desinformado, un ignorante, un pobre diablo a quien pueden estafar y engañar con facilidad. La mayoría de los alcaldes, esa persona supuestamente cercana, jamás consulta sus propuestas formuladas entre gallos y medianoche. ¿A quién se le consultó el fantasmal malecón de la Costa Verde? ¿Las autoridades de Magdalena lo hicieron con los vecinos antes de tumbarse los árboles? Las autoridades nacionales odian los bosques, los árboles, el mar, los celajes, los rinconcitos amorosos. Prefieren el cemento, el ladrillo, ampliar las vías, construir edificios y morder con las licencias municipales. Las autoridades hacen negocio. Es falso pensar que son personas de servicio, de bien, que cobran un sueldo y hacen las cosas correctamente. Eso es falso. Negocio, coima y lucro personal: esa es la fórmula emprendedora del éxito.
Los presidentes regionales han utilizado los presupuestos descentralizados y los aportes del canon para el robo organizado. La impunidad ha dejado de lado los modales y las formas. Cada vez más el robo es más descarado, menos sutil, y compromete a otras autoridades. No se trata de una gestión ineficiente, menos aún de una gestión que dé pie a la discusión técnica entre eficiente y eficaz; dejémonos de sibaritismos del lenguaje y señalemos a la autoridad que roba más para aplaudirlo. La perversión ha llegado a tal extremo que los que más roban desean cargos más elevados y tienen el mayor respaldo de la ciudadanía. Al pueblo le ha llegado a fascinar el negocio de la minería ilegal, de la tala ilegal y adoran a los alcaldes que se tumban los árboles, que nos quitan la vista al mar, que alteran las licencias. Los hombres, al menos, nos sentimos más bacanes así, más empoderados, más machos, menos vulnerables. Ya que no le podemos pegar a las mujeres, por lo menos gocemos envalentonados con el ardor de una ciudad de asfalto, de una selva de cemento, entre bocinazos, lisuras, amenazas y arremetidas.
Los candidatos presidenciales también se las traen. A diferencia de lo que ocurre en otros países, aquí gustan los que tienen relación con el fango, el hampa, los narcos y las mafias. ¡Eso es de hombres! Las autoridades en el Perú son masculinas. La única mujer con alta aprobación se recuesta en la figura dura de su padre. Los hombres están metidos en el “cuento” o no son hombres. Las autoridades políticas se reconocen entre sí al comparar sus diligencias judiciales. Vota por el malero. Mete la puntita del carro. Dale vuelta. No te me hagas el estrecho. ¿O te gustan los arbolitos?