"Lo que al inicio pareció ser desbordes de una personalidad carismática progresivamente derivó en radicalismo político y en afanes de exportación política de su modo". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Lo que al inicio pareció ser desbordes de una personalidad carismática progresivamente derivó en radicalismo político y en afanes de exportación política de su modo". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Fernando Berckemeyer

Desde el punto de vista del poder didáctico de la historia, es una pena que no haya vivido para presidir sobre los efectos de las políticas económicas que instaló en supuesto beneficio de los pobres. Entre quienes defienden las economías estatizadas hay muchos que se valen de su desaparición a las puertas de la hecatombe para presentar a esta última como hija de .

Lo cierto es que Chávez sembró meticulosamente las raíces del colapso económico venezolano. Las consecuencias de sus medidas –los controles de precios, las expropiaciones, la impresión inorgánica de moneda, etc.– son las mismas que han tenido en todos los lugares donde se han aplicado: paradigmáticamente, la pobreza (tres cuartos de los venezolanos han perdido peso en el último año), la escasez (que incluye los alimentos y medicinas más básicos) y la inflación (que llegará al 1.000% este año). Resultados que solo son equiparables a los de una guerra brutal de la que hubiera resultado perdedora.

Desde la misma perspectiva pedagógica, resulta asimismo lamentable que los últimos pasos de la instalación de una dictadura en Venezuela –iniciada también por Chávez– estén opacando en las noticias internacionales la extensión de la crisis económica. Con todo lo terribles que las dictaduras son, no suelen causar tantos muertos y sufrimiento como una hiperinflación: según “The Economist”, un 93% de los venezolanos ya no puede costear sus alimentos.

Decía que los resultados son equiparables a los de una guerra de la que el país hubiera resultado perdedor pero, bien vistas las cosas, en realidad son el resultado de una guerra de la que el país ha resultado perdedor. La guerra que el “Socialismo del siglo XXI” declaró a las leyes de la economía, las mismas que suelen parecer plásticas a muchos, pero que en realidad son tan inexorables como las de la física (y a menudo considerablemente más crueles).

Un magnífico ejemplo de esta guerra es la permanente batalla que el Gobierno Bolivariano libra contra el sistema de precios, en la que Maduro ha disparado una nueva salva de cañonazos esta semana, decretando flamantes controles de precios para 50 bienes y servicios básicos que escasean en el país (y cuyos precios, consecuentemente, no paran de subir).

No se sabe por qué Maduro piensa que esta vez los controles van a funcionar, pero sí se sabe que él mismo siente que está en una guerra contra los precios. Refiriéndose, por ejemplo, al precio del dólar en el mercado negro ha dicho que él va a “neutralizarlo, derrotarlo, batirlo contra el piso”.

Desde luego, esta es una guerra que Maduro está destinado a seguir perdiendo. El sistema de precios es un fino mecanismo que solo funciona en libertad: no se le puede meter la mano sin romperlo.

Me explico. Los precios son mensajes que intercambian los consumidores y productores de un bien para determinar cuánta producción se necesita del mismo. Cuando hay más demanda que unidades de un bien, los consumidores lo agotan haciendo saber a los productores que hay espacio para subir el precio. Esta subida de precio, a su vez, funciona como una señal para otros productores e inversores de que hay una necesidad insatisfecha en el mercado y, por tanto, una oportunidad de negocio. Por el contrario, cuando se producen más bienes de los que se necesitan, los productores tienen que bajar sus precios para colocar sus stocks y esta bajada hace saber a los demás productores e inversionistas que no es un buen negocio seguir produciendo tanto de ese bien.

Entonces, cuando un gobierno intenta por decreto mantener los precios más abajo de donde libremente estarían, lo que hace es distorsionar los mensajes y generar escasez: que se produzca menos de lo que se necesita.

Por los mismos motivos, cuando un gobierno intenta congelar los precios para combatir la inflación, lo que está haciendo es algo idéntico a intentar detener el tiempo agarrando las manecillas del reloj. La subida de los precios –o, mejor dicho, la desproporción entre la demanda y la oferta– está tan “afuera” de los precios como lo está el tiempo del reloj. No importa, pues, qué tanto se aferren las manos de Maduro a las agujas: el tiempo seguirá avanzando, solo que en el mercado negro y con los sobrecostos de la ilegalidad.

¿Algún día dejaremos los humanos de subestimar la implacabilidad y el alcance de las leyes de la economía? No hay por qué pensar que sí: una y otra vez las economías centralmente planificadas crean los mismos desastres y una y otra vez surgen los políticos que las proponen acá y en el primer mundo. En cualquier caso, creo que hay que aportar a la vacuna todo lo que se pueda difundiendo tragedias como las de Venezuela, deseando, al mismo tiempo y de todo corazón, que esta esté por acabar ya.