Se ha dicho que la ultima vez que fuimos al mundial coincidió con la recuperación de la democracia en un contexto de esperanza. También, que dictadores como Velasco influyeron en determinadas decisiones que cambiaron el destino de la selección. A estas elucubraciones podríamos agregar que más de veinte años de economía de mercado y pacificación del país no han traído éxitos para la selección de fútbol. ¿Acaso la política y la economía importan para volver a una cita mundialista?
Simon Kuper y Stefan Szymanski, autores de Soccernomics, plantean un modelo estadístico que, a diferencia de otros exclusivamente deportivos, incluye variables demográficas y estructurales. Según sus cálculos, tener más experiencia internacional, mayor población y más PBI per cápita que el rival, aumentan la probabilidad de éxito en el fútbol. Ser rico y poblado ayuda a un país a ganar partidos, pero tener roce internacional competitivo, aún más. (Sin embargo, estos tres factores juntos explican un poco más de un cuarto de los resultados).
El crecimiento económico en combinación con un régimen democrático asegura, en teoría, una mejor distribución de recursos educativos. Si un Estado es capaz de ofertar un sistema educativo solvente, también mejorarán las condiciones para la práctica de deportes (entrenadores profesionales y condiciones adecuadas para su práctica). Pero, mientras nuestra economía crece y nuestra democracia se fortalece, también las de nuestros vecinos sudamericanos, con quienes nos enfrentamos. (Esa es la razón, por ejemplo, del desempeño “inesperado” de México y Estados Unidos, quienes participan en procesos eliminatorios contra países menos desarrollados).
La economía y la democracia ayudan, pero no son suficientes. Es necesario –además- que la práctica del fútbol se vuelva más atractiva a jóvenes de la ensanchada clase media. Regularmente las clases bajas son las canteras futbolísticas por excelencia. En estas últimas, la confianza excesiva en el talento versus la formación intelectual, alienta la creencia del fútbol como canal de acceso social. Sin embargo, la idiosincrasia de las clases obreras e informales termina tamizando el comportamiento de sus jugadores. Así, celebraciones alcohólicas los fines de semana y el incumplimiento de normas son más tolerables en la base de la pirámide social que en su medio. Esa es la distancia entre Reimond Manco y Claudio Pizarro. Si el fútbol logra atraer a más jugadores de clases medias, el futuro pintaría mejor.
Obviamente, el factor dirigencial es vital porque es la variable de agencia que puede cambiar el rumbo de nuestro balompié. Es necesario salir del path dependence de mediocridad futbolera que vivimos. Cuánto más tiempo pasa sin clasificar al mundial, las probabilidades de no volver aumentan, porque se debilita aún más el factor de experiencia internacional. No nos enfrentamos contra rivales competitivos (salvo en amistosos), no generamos un cuerpo burocrático para altas exigencias y los jugadores terminan en clubes de segundo orden. Una gestión que solo muestra malos resultados es proclive a continuar teniéndolos. Por eso, aunque algunos factores estructurales favorezcan, las decisiones dirigenciales y las políticas deportivas no las aprovechan (salvo para fines particulares). Así, nuestro fracaso continuará.