El domingo le pregunté a Maribel Gutiérrez y Pedro Angulo, dos víctimas de extorsionadores y sicarios, cuánto vale la vida en el Perú y la respuesta fue contundente: “Nada”. A la primera, dirigente de Polvos Azules, tres adolescentes la iban asesinar, pero la policía impidió el plan macabro. Al segundo, le reventaron una granada en su restaurante porque no paga cupos y tres trabajadores resultaron heridos. Los dos se hicieron solos vendiendo zapatillas y electrodomésticos; hoy tienen miedo de morir. Caminan mirando atrás. Sus miradas no son tristes, son desconfiadas.
La misma pregunta le hice a Gino Costa, ex ministro del Interior. Su respuesta fue la misma: “Nada”. La vida en el Perú no vale nada. Hice la misma pregunta en Facebook y Twitter y las respuestas en su mayoría fueron devastadoras: “un celular usado”, “un kilo de cocaína”, “ni michi”, “nada”, “ni un mango”, “mil soles y un sicario te mata”, “depende de a quien quieras eliminar”.
En nuestro país los sicarios matan delante de niños y matan a niños. En nuestro país los sicarios también son niños. ¿Estoy exagerando? No. Solo revisen las noticias. ¿Nos estamos acostumbrando? Me temo que sí. No escucho a ningún congresista levantando la voz. No veo plantones de políticos indignados. ¿Los candidatos a la alcaldía y presidencia regionales tienen un plan maestro para actuar contra el sicariato? No, solo declaran que están preocupados.
El mismo domingo un sondeo de Datum Internacional terminó por consternarme. El 49% de los encuestados cree que Luis Castañeda robará, pero hará obra si sale elegido alcalde de Lima por tercera vez. Le seguían Susana Villarán, Salvador Heresi y Enrique Cornejo cada uno con 3%. La sola pregunta fue una cachetada a la decencia. ¿Al elector le interesa un pepino que su candidato sea honesto o está tan decepcionado de los políticos que lo único que pide es que se haga obra no importa cómo? ¿Hemos llegado al abismo de la corrupción?
En nuestro país muchas cosas que suceden al revés quitan la ilusión. Solo recuerde: un preso es el favorito para ser el presidente regional de la región más apetitosa por su canon minero y no sorprende; un alcalde no explica por qué le puso cámara y vigilancia a Óscar López Meneses, pero ya celebra su reelección; un congresista alquila su casa a un capo de la mafia y, descubierto, le echa la culpa a la mala suerte. Siga pensando: un dirigente asháninka pide protección y termina asesinado porque nadie quiso escucharlo. Siga recordando: no solo los narcos venden cocaína en el Perú, la policía también comercializa lo incautado, pero no se preocupe, el ministro Urresti está investigando. Literalmente vivimos en un mundo al revés.