Alexander Huerta-Mercado

“Te conocí, tan solo tengo tu teléfono. Mi corazón me pide a gritos: Llámalo ya. Dime, ¿por qué siempre que llamo suena ocupado? Hace dos horas que estoy llamando, no puedo más”.

Esta hermosa protesta amorosa se hizo pensando en los teléfonos que se discaban y que estaban conectados a un cable en forma de resorte forrado con plástico. La tecnología ha cambiado –curiosamente, de forma extrema si hablamos de teléfonos–, pero el sentimiento sigue vigente y las emociones humanas son las que unen grupos y generaciones. Más aún si caemos en la cuenta de que estas frases son parte del tema “Teléfono” del grupo cantado por la, una de las pocas voces femeninas del género chicha que fue la banda sonora de los complejos procesos sociales de la década de los 80 que dio origen al de hoy.

La nombra a toda una cultura asociada con el proceso migratorio y el encuentro de todas las sangres en las ciudades del Perú, pero también a la forma cómo fueron percibidos los grupos que llegaban a la ciudad y eran vistos como amenazantes frente a una urbe que tenía una herencia colonial racista y discriminadora. Más aún, entendiendo el proceso de creación de esta nueva cultura urbana de la segunda mitad del siglo XX podemos ver, de forma resumida, cómo nuestra nación ha sido el fruto de una serie de procesos en los que el poder ha sido cuestionado, negociado, donde los grupos han hecho alianzas y las personas se las han ingeniado para sobrevivir en territorios adversos que van desde las montañas más heladas hasta los desiertos más inhóspitos. Y lo han hecho con bastante ingenio, sacrificio, trabajo y sin pedir el deber de la diversión. Esto hicieron los primeros pobladores de nuestro territorio, esto hicieron los ciudadanos del siglo XX y esto seguiremos haciendo los peruanos en el futuro como parte de una cultura especialista en la adaptación.

A su vez, la música chicha tiene un paralelismo pequeño con la historia cultural ancestral del Perú, que comenzó con la migración y la influencia cultural externa. Así también, nuestra música popular recibió una influencia decisiva de la increíble cumbia colombiana, haciendo un viaje que, como en nuestro histórico horizonte temprano, se vio influido por ritmos de la selva amazónica con Juaneco y su Combo cantando una propuesta fundante: “tú me enseñas a hacer hilo, yo te enseño a enamorar”. La cumbia siguió nutriéndose en los Andes con los ritmos de bandas locales como los Demonios del Mantaro que componen un instrumental denominado “La chichera” que, a la larga, bautizaría a la cumbia peruana. Posteriormente, en la costa, la cumbia ya peruanizada se encontraría con la genialidad de Enrique Delgado y Los Destellos, y a punteo de guitarra eléctrica y una hermosa promesa de amor al ritmo de “Elsa, yo te juro que te quiero”.

Si se dan cuenta, la música chicha articuló ritmos foráneos y los hizo suyos combinando elementos de la selva, sierra y costa, prácticamente en ese orden, recordándonos también cómo se formó la cultura peruana desde hace tres mil años a partir de la influencia de la selva, bajo el amparo del omnipresente dios Jaguar.

Al mismo tiempo, los ritmos de la chicha fueron una trova para las condiciones de vida que llevaban los migrantes en las ciudades y, a su vez, una manera en que los jóvenes pudieron generar una identidad que los articulara con la modernidad y los fusionara sin importar de dónde vinieran, todos hermanados.

La muerte de la Princesita Mily nos recuerda que fueron pocas las mujeres que lograron destacar en un género poblado por artistas masculinos, que no podía escapar a su contexto y que, junto a la salsa, generó un espacio poco reservado para las mujeres. La Princesita Mily compartía en Pintura Roja con Sarah Haydee Barreto, mejor conocida como la Muñequita Sally, el hecho de ser parte de la excepción que ha confirmado la regla de que el arte ha estado dominado por la mirada y la perspectiva masculina.

La segunda mitad de la década de los 90 alcanzó a ver una nueva etapa de adaptación de la cumbia peruana, denominada Tecnocumbia, como una metáfora de un país que se pretendía moderno y globalizado. Esta vez, las más importantes intérpretes eran mujeres y parecía que estábamos ante una etapa esperanzadora de igualdad. Sin embargo, los compositores musicales seguían siendo hombres, así como los productores y, por si fuera poco, se les exigía a las cantantes una presencia física y un vestuario sensual que nunca se les exigió a los astros masculinos de la chicha. El mundo cambia, sin embargo y paulatinamente, se abren espacios para mujeres compositoras y artistas plásticas en donde la propia perspectiva es llevada a la interpretación y se rompe la antigua tradición de “hombres representando a mujeres” en el arte.

Ya hacía buen tiempo que Milagros Soto había dejado de ser la Princesita Mily de Pintura Roja y se había convertido al cristianismo y cantaba alabanzas al ritmo de la chicha. Estoy seguro de que lo seguirá haciendo. Somos una cultura construida por una migración constante que trae ingenio y alegría... también cuando nos mudamos al cielo. Salve, Princesita.



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Alexander Huerta-Mercado es antropólogo, PUCP

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