María Paula Regalado

Han pasado apenas un par de semanas y mi cerebro aún no puede procesarlo. El Estadio Monumental de River Plate en Buenos Aires dejó por un largo momento sus emblemas y se tiñó de colores vivos, brillos y lentejuelas para recibir a una que Latinoamérica había estado esperando en eterna agonía desde hace décadas y que, por fin, aterrizó en la región.

Todavía no encuentro las palabras precisas para hacer una descripción justa de lo que se vivió. Por ahora, mantengo el recuerdo de mi piel erizándose, las lágrimas de felicidad aguándome los ojos y los gritos emocionados de las más de 80.000 personas que compartieron conmigo tres horas de no creer lo que estábamos viendo. Y, si me toca ser objetiva –si acaso eso es posible en este contexto–, quiero contar en las próximas líneas por qué todos deberíamos admirar a

Hace más de diez años que sigo su carrera y, aun así, hasta el día de hoy, no deja de sorprenderme y maravillarme el poder que tiene “la rubia” –como nos gusta, a sus fans, llamarla–. Aunque también descomunal, no es la capacidad para agotar ‘shows’ de múltiples fechas y cerca de 100.000 espectadores su principal superpoder. Tampoco su facilidad para crear éxitos que alcancen infinidad de premios importantes y las mejores posiciones en los rankings mundiales. Ni mucho menos su habilidad para deslumbrar en cualquier habitación con sus icónicos vestuarios. Si me preguntan, lo que mejor sabe hacer Taylor Swift es volver a nacer, una y otra vez.

La mirada en la industria musical –y en casi todas las industrias, si vamos a ser sinceros– suele ser un tanto –bastante– más dura con las mujeres que llevan ya un tiempo en el oficio: la presión de reinventarse constantemente y evolucionar en su sonido y en su imagen es casi una exigencia para poder perdurar en el tiempo y mantener a la audiencia enganchada. Si suenas siempre igual (pero también si cambias radicalmente tu sonido), si dejas de lanzar temas (pero también si exploras otros rubros), incluso si vistes siempre con el mismo estilo (pero también si tu ropa madura contigo) o si tus espectáculos no ofrecen “cantidad” visual (pero también si sobrecargas mucho tus producciones), es muy probable que seas juzgada, sepultada y, por qué no, olvidada.

Pero es mejor buscar el cambio constante que estancarse en el proceso. Taylor, y nadie puede negarlo, es el principal referente de ello. A sus casi 34 años, ha logrado conseguir no solo récords históricos –incluso romper con los propios para alcanzar aún mejores metas–, sino que, además, ha logrado crear una identidad nueva con cada álbum que lanza, ¡y ya van diez! (más los cuatro discos regrabados hasta el momento). Sus llamadas “” son lo que la definen como artista, cada etapa diferente de su vida –personal y profesional– ha sido marcada por una, llamémoslo así, “personalidad” única que rompe con la anterior y que, además, hace un perfecto ‘match’ con el sonido de cada disco. De esta manera, Taylor ha sido la adolescente estilo ‘country’ que tocaba la guitarra acústica, la princesa sacada de un cuento de Disney, la chica popular que soñaba con vivir en Nueva York, la mujer fuerte y dura que tuvo que tragarse las críticas de sus detractores, la enamorada que inventó la definición del amor romántico a través de los colores, la chica golpeada por la ansiedad y el miedo a no ser suficiente, y la lista seguirá creciendo a la par con los diversos géneros que ha explorado en su vida artística.

No sé si habré logrado convencer a alguien o crear a algún posible nuevo fanático. Lo que sí sé es que tenemos Taylor Swift para un buen rato, ojalá. Por mientras, mis hermanas ‘’ y yo seguiremos en ese sueño del que no queremos despertarnos.




María Paula Regalado es Redactora de Opinión