Algo común a los estudios de gerencia y alta dirección, que es el manejo del tiempo, tiene que ser mucho más importante y decisivo para quien rige los destinos de un país.
De ahí que a más de la mitad del período gubernamental vigente, es bueno preguntarse sobre el pasivo y activo de Ollanta Humala, en el manejo de su tiempo, que es el tiempo presidencial.
Entre la debilidad institucional, la necesidad de destrabar la economía y no saber qué hacer con el desbarajuste regional, el mandatario está obligado a priorizar más que nunca la dedicación de su tiempo, concentrándolo sabiamente en los grandes temas nacionales.
La inseguridad ciudadana y la corrupción, por ejemplo, aun cuando vienen de atrás, reclaman acciones gubernamentales y de Estado urgentes, en las que ya no deberíamos volver a perder más tiempo del ya perdido.
La salida presidencial, en esta dirección, no parece fácil. Humala tendría primero que romper (ojalá que lo consiga) con la inercia que le ha hecho perder mucho tiempo: la inercia electoral de campaña que él trajo al gobierno como impulso político equivocado de lo que quería hacer como presidente. Lamentablemente esa inercia solo podía llevarlo a la confrontación tenaz, respecto de fuerzas opositoras como el Apra y Fuerza Popular (léase Alan García y Keiko Fujimori), supuestamente competitivas de un afán reeleccionista frustrado.
Su ruptura con un importante núcleo de la izquierda tradicional, con el que no hubiera podido gobernar dentro del marco de la hoja de ruta (por el respeto a la democracia, a la Constitución vigente y al modelo económico) añadió a su gestión presidencial otra cuota de distracción de tiempo significativa, representada principalmente por la atención a demandas radicales. Frecuentemente hemos visto y escuchado a Humala marcar señales de marcha hacia la modernidad con los viejos retrovisores del velasquismo y del chavismo.
El tiempo que Humala ha gastado en confrontaciones políticas e ideológicas innecesarias y distraído en resucitar fantasmas autoritarios y estatistas, corresponde ya a un tiempo tristemente irrecuperable.
El otro tiempo tirado por la borda tiene mucho que ver con la proyección política de su esposa Nadine Heredia. Ese tiempo mal invertido, que no va a volver, debiera ser seriamente evaluado por él. Quizá ahora que la primera dama ha pasado a ocupar más de lleno la presidencia del Partido Nacionalista, Humala pueda pensar en volcar más estratégicamente su tiempo a tareas y objetivos propiamente gubernamentales.
Lo que los peruanos tenemos ahora por delante es el tiempo neto crucial del presidente: el tiempo que nos llevará de junio del 2014 a enero del 2016. Unos 18 meses, lo más estirados posibles, para gobernar cien por ciento sin distracciones.
De enero a julio del 2016 se presentará un tiempo, no sabemos si tenso o relajado, de preparación de salida del gobierno, en medio de aprestos y jornadas electorales que culminarán con el cambio de posta del 28 de julio de ese mismo año.