El dictador de Nicaragua, Daniel Ortega, obtuvo un respiro político tras liberar a 222 presos políticos, incluidos algunos de los principales líderes opositores, y deportarlos a Estados Unidos. Sin embargo, Ortega se quedó con una papa caliente: el prisionero que más hubiera querido que se fuera del país decidió quedarse.
El obispo Rolando Álvarez, un crítico de Ortega que estaba bajo arresto domiciliario, se negó a abordar el avión fletado por Estados Unidos que llevó a los demás exprisioneros políticos a Washington D.C. A menos que decida irse del país, es probable que Álvarez se convierta en un mártir político en su país y en el resto del mundo.
Ortega aseveró en un discurso televisado horas después de la liberación de los presos el 9 de febrero que el obispo estaba en la fila para subir al avión junto con los otros presos liberados, pero que a último momento decidió no abordarlo. Tras su negativa a tomar el vuelo fue llevado a la cárcel Modelo, dijo el gobernante.
Al día siguiente de haberse negado a salir del país, Álvarez fue condenado a 26 años y cuatro meses de cárcel. Álvarez, de 56 años, es una figura respetada y conocida en Nicaragua. Había sido arrestado en agosto y acusado de “conspirar contra la integridad nacional” y difundir noticias falsas.
A juzgar por el hecho de que Ortega pasó gran parte de su discurso del 9 de febrero tratando de desacreditar al obispo, Álvarez era el prisionero que el presidente estaba más ansioso de ver a bordo del vuelo de los deportados. Humberto Ortega, hermano del presidente, fundador del Ejército Popular Sandinista y ministro de Defensa de Nicaragua en la guerra contra los “contras” en la década de 1980, me dijo que el obispo podría convertirse en una piedra en el zapato para el Gobierno Nicaragüense. La decisión de Álvarez de quedarse en Nicaragua podría crear un “mártir cristiano” con mucho apoyo entre la gente, me explicó.
El hermano del presidente, quien ha criticado públicamente los abusos a los derechos humanos de Ortega y está pidiendo una salida negociada a la crisis de Nicaragua, me comentó que se había reunido durante tres horas en privado con el mandatario el 23 de diciembre. Los dos hermanos no se habían visto en cuatro años, y el presidente lo visitó en su casa tras enterarse de que había tenido una insuficiencia cardíaca, me dijo Humberto Ortega.
Cuando le pregunté sobre la afirmación del presidente de que la liberación de los prisioneros había sido una decisión unilateral de Nicaragua, y no el resultado de una negociación con Washington, Humberto Ortega sostuvo que probablemente fue un gesto de buena voluntad del régimen nicaragüense con la esperanza de obtener una medida recíproca de parte de Estados Unidos. El presidente podría estar esperando un alivio de las sanciones o evitar nuevas, señaló. Agregó que Nicaragua se está quedando sin préstamos internacionales que le permitieron al país construir carreteras y puentes en los últimos años.
El secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, afirmó que la liberación de los presos “marca un paso constructivo” y “abre la puerta a un mayor diálogo”. Afortunadamente, la respuesta del presidente Biden fue más matizada. Biden dijo “creemos que todos los presos políticos deberían ser liberados”.
De hecho, es una buena noticia que 222 presos políticos hayan sido liberados, pero Nicaragua sigue siendo una de las peores dictaduras del mundo. El presidente se reeligió para un cuarto mandato en elecciones fraudulentas, ha enviado a prisión o al exilio forzado a todos los principales líderes opositores, no permite la libertad de prensa y ha proscrito a 3.000 organizaciones no gubernamentales.
Ahora, también ha trasladado al obispo Álvarez a la peor prisión del país. La comunidad diplomática mundial no debería dejarse engañar y exigir la liberación inmediata de Álvarez, la libertad de expresión y elecciones libres y justas.
–Glosado y editado–
© El Nuevo Herald. Distribuido por Tribune