"Las nínfulas"
"Las nínfulas"
Marco Aurelio Denegri

Nínfula no es la chica agrandada que se pone tacos, se ajusta la cintura y se levanta las tetas para que los hombres la tengan por hembrita colchonable. La nínfula no es presa erótica, sensu stricto, y ni remotamente se parece a la chicoca resuelta y vulgar y muy afanada en demostrar al varón que la solicita que ella también puede abrirse de piernas como cualquier mujer hecha y derecha. La auténtica niña-mujer es, a contrario sensu, encantadora, grácil y delicada, exquisitamente seductora; un ser por de contado fetichizable.

El acrecentamiento y progreso del ninfulismo es indicativo, o por mejor decir, es una indicación más de que en nuestra época los hombres se interesan menos en las mujeres y por eso éstas, para detener ese desinterés, recurren a la cirugía y gracias a ella resultan más tetonas y culonas. Pero ni aun así se reaviva el decaído desinterés de los varones, que hoy más bien están a la busca de lo heteróclito, singular y distinto; ansían lo transicional y no-definido, lo intersexual y lo irregular, lo que está fuera de orden. Buscan, en consecuencia, nínfulas, niñas-mujer, pero no mujeres propiamente dichas.

De la nínfula ha dicho lo siguiente, definiéndola, el novelista norteamericano de origen ruso, Vladímir Nabókov:

“Entre los límites temporales de los 9 y 14 años, surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana sino de ninfas (o sea demoníaca); propongo llamar nínfulas a estas criaturas escogidas.”

Lo caracterizante y distintivo de la verdadera nínfula es el olor. Hay un olor de nínfula, olor inconfundible, singular, único. Iván Thays, en un artículo muy bueno sobre las nínfulas, se expresa al respecto como sigue:

“La piel de durazno, la firmeza del cuerpo, la inocencia ininterrumpida, el camelo de la virginidad. Nada de eso moviliza al adulto seducido por las nínfulas más que el olor. La cirugía plástica puede ofrecer cualquier estafa para aquella mujer que decide estirar su juventud, apretar los labios vaginales, adelgazar la cintura de sílfide estropeada por el embarazo o los años. Pero jamás podrá devolver el olor de la pubertad. El que sabe de nínfulas sabe eso.” (Iván Thays, “Nínfulas, muchachitas, cazadores y viejos verdes”. Quehacer, Lima, enero-febrero 2005, 

N° 152, 95a)

El naturalista español Félix Rodríguez de la Fuente, decía:

“Siento una necesidad total, biológica, de jugar con mis hijas, que afortunadamente todavía son pequeñas, y de olerlas. Sé cómo huele cada una de ellas.”