Bill GatesBjorn Lomborg

Los son una idea fenomenal. Son lo que sucedió cuando la Organización de las Naciones Unidas se reunió y dijo: “Estos son los mayores problemas del mundo, y así es como vamos a medir los avances logrados al respecto”. Los 17 objetivos incluyen promesas de acabar con la y el hambre, solucionar el y la educación, y reducir la desigualdad y la corrupción.

Este año es el punto medio entre el inicio de los objetivos, en el 2016, y el 2030, cuando se supone que deben ser alcanzados, y aunque los objetivos han aportado muchos beneficios, el mundo está rezagado en casi todos ellos. Este es el momento perfecto para evaluar los ODS (también conocidos como Objetivos Globales), reconocer lo que funciona, admitir lo que no funciona y perfeccionar nuestro enfoque para que podamos darles el mayor beneficio posible a las personas más necesitadas.

Empecemos por algo que está funcionando muy bien. La belleza de los objetivos es que obligaron al mundo a ponerse de acuerdo sobre lo que importa y sobre las mediciones del progreso. Estos acuerdos, a su vez, están impulsando la acción: gobiernos, fundaciones y otras fuentes de financiación han asumido compromisos firmes en materia de ayuda y otras formas de apoyo a los más pobres del mundo, utilizando los objetivos para orientar el destino del dinero. Como dice el refrán: “Lo que se mide, se gestiona”.

El problema es el siguiente: los Objetivos Globales son un exceso de algo bueno. Los 17 compromisos van acompañados de un enorme número de metas (169, para ser exactos).

Tener tantos objetivos no sería necesariamente un problema si el mundo se esforzara por financiarlos todos. Pero no es así. Según un informe reciente, a pesar de los compromisos sin precedentes de los donantes, la financiación de los objetivos será insuficiente –en entre US$10 y US$15 billones anuales como mínimo– durante el resto de esta década. La cifra equivale aproximadamente a todos los impuestos recaudados por todos los gobiernos del mundo.

Este déficit masivo exige un enfoque doble. Por un lado, para hacer todo lo posible para reducir la brecha. Los donantes deben cumplir e incluso superar sus compromisos para alcanzar los objetivos. Aunque la ayuda exterior global aumentó en el 2022 por cuarto año consecutivo, la mayor parte de este incremento correspondió a la ayuda humanitaria y a los refugiados que exigía la guerra de Rusia contra Ucrania. De hecho, la ayuda a los países menos favorecidos disminuyó.

Hay algunas excepciones notables. Francia, los Países Bajos, Estados Unidos y China han aumentado recientemente su financiación para la salud en países de bajos ingresos. La Fundación Gates va camino de en un 50%, hasta US$9.000 millones anuales en el 2026, centrándose en la salud y el desarrollo. Esperamos que otros donantes sigan su ejemplo.

Por otro lado, aunque los donantes den un paso adelante, todos debemos reconocer que la inflación y el aumento de los tipos de interés están llevando a los gobiernos al límite. La triste realidad es que el mundo no va a encontrar US$10 billones más cada año para los Objetivos Globales. Por lo tanto, debemos identificar las mejores adquisiciones en desarrollo, las inversiones que harán el mayor beneficio con la financiación disponible.

Esto no tiene por qué implicar suposiciones. Gracias a décadas de investigación sobre lo que funciona, podemos utilizar los datos para encontrar las mejores intervenciones. Por ejemplo, en un reciente dirigido por Bjorn Lomborg y recogido en su nuevo libro, “”, los economistas identificaron 12 políticas altamente eficientes que aportan enormes beneficios a costos relativamente bajos.

Descubrieron que con medidas sencillas para mejorar las condiciones en torno a los partos se pueden salvar las vidas de 166.000 madres y 1,2 millones de recién nacidos cada año, por menos de US$5.000 millones anuales. Y un gasto adicional de US$5.500 millones anuales en investigación y desarrollo agrícola para los pobres reduciría la malnutrición, ayudaría a los agricultores a prosperar en un clima cada vez más cálido y reduciría el costo de los alimentos, aportando beneficios a largo plazo por un valor de US$184.000 millones anuales. Otras recomendaciones incluyen esfuerzos para prevenir la tuberculosis y la malaria, vacunar a más niños, mejorar la educación y reforzar los derechos de propiedad de la tierra.

En total, el proyecto concluyó que las 12 políticas podrían salvar más de 4 millones de vidas al año de aquí al 2030 y generarían beneficios económicos anuales por valor de US$1,1 billones para los países de ingresos bajos y medios-bajos. A un costo de unos US$35.000 millones anuales (en dólares del 2023) de aquí al 2030, esto supone un rédito de aproximadamente 52 veces la inversión.

Pero los principios son aún más importantes que cualquier política concreta. Primero: comprometámonos de nuevo a financiar los Objetivos Globales, porque salvan vidas y ayudan a la gente a salir de la pobreza extrema. Y segundo: reconozcamos que las necesidades son mayores que la financiación disponible, lo que significa que debemos enfocarnos en los esfuerzos que tendrán el mayor impacto. Con estos principios en mente, podemos asegurar que los Objetivos Globales logren el mayor beneficio posible.


La versión en inglés de esta columna ha sido publicada en .

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Bill Gates es copresidente de la Fundación Bill y Melinda Gates. Bjorn Lomborg es presidente del Copenhagen Consensus Center.

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