Alejandra Costa

tiene un reto no menor. Ante una parte de la población, su presencia en Palacio de Gobierno carece de legitimidad. Esto, hay que decirlo mil veces, no tiene ningún asidero legal. Pedro Castillo se sacó a sí mismo de la Presidencia al intentar dar un golpe de Estado y, en esos casos, quien debe ocupar su lugar es la vicepresidenta.

Sin embargo, que algo tenga validez legal no quiere decir que tenga legitimidad política, y ese es el que enfrenta hoy Boluarte de cara, principalmente, a las regiones del sur del país que exigen su renuncia con un paro iniciado el 4 de enero.

Y la situación es aún más complicada porque el resto de fuerzas políticas tampoco goza de legitimidad a nivel nacional y Boluarte no tiene de dónde cogerse para poder sostenerse en el poder y gobernar a todo el país.

Muchos peruanos miran con desesperación al Ejecutivo, miran al Congreso, y no ven a nadie que pueda resolver sus frustraciones y sus demandas; nadie en quien depositar su confianza. Y en un contexto así, protestar para exigir que se vayan todos parece ser la única salida.

Creo que muchos olvidamos que lo que hizo Pedro Castillo el 7 de diciembre fue patear el tablero de un juego en el que una gran parte del Perú siente que nunca le llega el turno para tirar el dado. Este es un problema concreto que, desde un lado del espectro político, se propone solucionar a través de una asamblea constituyente, pese a que la experiencia chilena ya nos debería haber probado que esta no es una solución mágica, ni mucho menos.

Lo único que logrará una asamblea constituyente es generar un nivel de incertidumbre tal que la inversión privada no solo dejará de crecer, sino que empezará a contraerse. Y esa menor inversión privada causará que se genere incluso menos empleo y que más peruanos regresen a la pobreza o pierdan la esperanza de salir de ella.

Quienes sabemos que la asamblea constituyente no es la solución tampoco podemos olvidar los problemas estructurales que están detrás de esos pedidos. No viviremos en una democracia funcional hasta que los recursos que genera el crecimiento económico efectivamente se inviertan en proveer mejores servicios y acceso al bienestar a los peruanos que han visto el ‘milagro económico’ solo en las portadas de los periódicos.

Divorciar las protestas de estas frustraciones y achacarlas tan solo a economías ilegales, movimientos terroristas o azuzadores extranjeros, no soluciona nada. Esos factores tienen un rol en las manifestaciones, claramente, pero requieren del caldo de cultivo de la desesperanza para masificarse. Y, como ha demostrado la muerte de más de 20 peruanos, el uso de la violencia por parte de las fuerzas del orden solo agrava el problema.

Dina Boluarte no la tiene fácil, pero si no encuentra la forma de ganar legitimidad y generar confianza en la población sobre su capacidad para empezar a mover al país hacia la resolución de esos problemas estructurales pese a las debilidades propias de un gobierno de transición, el caos será el que reine. Y en el caos, los únicos que triunfarán son los que quieren ver el país arder.

Alejandra Costa es curadora de Economía del Comité de Lectura