El principal problema del nuevo Gabinete es resolver la ecuación epidemia y economía.
Desde el punto de vista sanitario, lo mejor sería prolongar la cuarentena. Lamentablemente, es imposible.
La cuarentena no nos salvó de los contagios, de los hospitalizados ni de los muertos. Pudieron ser más, se dice. En la misma lógica, hay que decir: pudieron ser menos.
PARA SUSCRIPTORES: George Forsyth: ¿puede un alcalde mediático hallar la solución real a los ambulantes en La Victoria?
Una cuarentena prolongada plantea el problema de la subsistencia. Si, en teoría, todos nos quedamos encerrados, ¿quién va por la comida y los recursos?
Los recursos son indispensables: ¿qué haríamos, por ejemplo, si los impuestos no alcanzan para pagar a los médicos, las medicinas, el oxígeno, los equipos de protección personal, el mantenimiento de los hospitales?
Esta hipótesis extrema debe compararse con otra hipótesis extrema. Si abrimos todas las actividades, tendremos muchos más infectados, más enfermos graves y más fallecidos por día.
La cuarentena desacelera los contagios, la entrada a los hospitales y la necesidad de medicinas. Las cuarentenas no son todas iguales. Tienen medidas: corta, mediana, larga; universal, focalizada; estricta o descuidada.
Enfrentamos las consecuencias de una cuarentena prolongada y desprolija. No fue focalizada al inicio y nunca estuvo bien vigilada.
Algunas medidas del propio Gobierno generaron aglomeración: turnos por género para compras, mercados sin protocolos mucho tiempo, ambulantes sin solución por más de un mes, transporte urbano sin orden varias veces, retornantes sin canales vigilados por tres semanas al menos.
El costo económico de este tipo de cuarentena (larga y descuidada) ha sido inmenso. Quizá se trate del mayor impacto económico del mundo entero.
El reinicio de actividades se ha hecho, también, con pocas luces. Es un desconfinamiento que no es ciego, pero sí muy defectuoso.
Un ejemplo flagrante y lamentable es el del aeropuerto internacional Jorge Chávez.
Se sabía de la reanudación de los vuelos nacionales con mucha anticipación. Lo sabían las aerolíneas y los aeropuertos. El de la capital, sin embargo, no tuvo un planteamiento para el ingreso desde la vía pública.
Fue un desastre: gente que perdió sus vuelos, aglomeración, empellones y caos. Un vigilante controlaba el ingreso en una pequeña puerta de entrada al principal aeropuerto del país.
El Jorge Chávez está administrado por una empresa privada. Esta tendrá que dar las explicaciones sobre lo que pasó. ¿Se las han pedido?
En el interior del país los aeropuertos, administrados por otra empresa privada, no mostraron ningún problema. También hubo orden y bioseguridad en los terminales terrestres.
Esto es solo un ejemplo. Siempre que se reanuda una actividad hay un desembalse. Es como si no se hubiera aprendido nada de lo que pasó en los mercados y en el transporte público.
El nuevo ministro de Transportes y Comunicaciones cree que es un problema de número de vuelos. Ahora, ha dicho, se limitarán para evitar las aglomeraciones.
El ministro se equivoca. Es un problema de organización sanitaria. Se debió dejar entrar a todos los pasajeros al recinto del Jorge Chávez.
Se debió hacer grupos separados con vallas, en la espaciosa playa de estacionamiento. Ahí recién se debió hacer los controles documentarios.
No tiene por qué haber aglomeración ni empujones. No los hay en ningún aeropuerto internacional del mundo ni ahora ni en condiciones normales. Es porque todos saben dónde deben ir y qué hacer.
Las aerolíneas sabían cuántos pasajes habían vendido. Sabían, por tanto, cuántos pasajeros iban a acudir. Sabían los horarios de salida de los vuelos. El aeropuerto, ¿no podía organizarse con esa información?
Hubo alguien que no pensó. La autoridad tampoco supervisó lo que debía supervisar y autorizó ciegamente.
La limitación y el control ciego llevan al desembalse. El desembalse, al desorden y la aglomeración.
Un reinicio de actividades fallido nos enfrentará al dilema de una nueva cuarentena. Desde el punto de vista económico, eso sería un desastre. Estamos al límite.
El actual Gabinete tiene la tarea de restablecer la eficiencia en el manejo de la doble crisis, la sanitaria y la económica.
El Estado Peruano es lento, burocrático y está sobrerregulado. Deshacer esa madeja es la primera tarea del Gobierno, y del país.