Esta semana hubo una discusión bastante saludable y necesaria sobre la crisis de nuestra democracia en la Conferencia Anual de Ejecutivos CADE 2022. Nada menos que una jornada entera dedicada a este tema, con una presentación de Adriana Urrutia de Transparencia llena de verdades que duele escuchar, un panel histórico con las tres mujeres que lideran el Poder Judicial, el Ministerio Público y la Defensoría del Pueblo, respectivamente, y con la presentación de David Tuesta, del Consejo Privado de Competitividad, de varias propuestas concretas en materia de reforma política, fruto del diálogo entre varios centros de pensamiento.
El presidente de CADE 2022, Felipe Valencia Dongo, fue muy claro en decir que se necesitaba urgencia, unidad y acción para encarar los tres objetivos-país que se estaba planteando este encuentro: 1) inversión privada para el progreso; 2) un Estado que funcione; e 3) instituciones sólidas y democracia. Esto, en el entendido de que, si fallamos como sociedad en cualquiera de esos tres pilares, la casa se nos cae.
Quisiera, en primer término, felicitar a Felipe Valencia Dongo y al comité organizador de IPAE por haber puesto en debate temas que incomoda tratar no solo en el ámbito empresarial, sino en cualquier foro, dados los niveles de polarización hoy prevalentes en la sociedad peruana. Aprecio particularmente que haya sido tan insistente en la necesidad de escuchar a quienes opinan distinto, de que aprendamos todos como ciudadanos a tolerar y construir a partir de la discrepancia y el diálogo. Pero quisiera desafiar constructivamente la idea de que, en el Perú actual, esos tres objetivos son igual de importantes.
La inversión privada es, efectivamente, la principal palanca que tenemos en el país para generar progreso, y uno puede afirmar esto sin desmerecer un ápice el rol crucial que tiene el Estado en proveer bienes públicos de calidad a toda la ciudadanía y en trabajar en pos de la igualdad de oportunidades. Por eso, es crucial también el segundo objetivo: el que podamos tener un Estado que verdaderamente funcione.
Hay indudablemente desafíos complejos vinculados a esos dos primeros objetivos, pero debe uno reconocer que se ha invertido mucho tiempo, esfuerzo y recursos en los últimos 30 años en entender qué se necesita para promover la inversión privada. Seguimos teniendo fuertes discrepancias en torno de ello, como es esperable en democracia, pero hemos logrado avanzar de manera muy significativa (muchas veces, a pesar de la política).
En el objetivo de tener un Estado funcional también logramos avanzar, pero no falta uno a la verdad al decir que nos preocupamos más por aquellas dependencias del Estado vinculadas a la inversión privada e ignoramos otras que son claves para la democracia, como las que estuvieron representadas en el mencionado panel de las tres lideresas. Hoy es claro que venimos desbaratando décadas de avances en esos dos primeros objetivos.
Pero con la democracia ocurrió algo que Adriana Urrutia describió magníficamente en CADE cuando señaló que “está bajo acecho porque nos hemos acostumbrado a que no funcione y por ello no sentimos el deber de defenderla”. En algún momento tiramos la toalla respecto de la política y, por lo tanto, dejamos desprotegida a la democracia. Asumimos que siempre iba a ser disfuncional y nos creímos aquello de que política y economía podían ir por cuerdas separadas.
Y, precisamente, el problema que se fue incubando en este tercer ámbito está hoy causando todo tipo de destrozos en los dos primeros. Cosa que, en retrospectiva, pudimos haber previsto que iba a ocurrir, pero andábamos obnubilados por las cifras económicas. Todavía nos cuesta admitir (aunque David Tuesta lo hizo de alguna manera en su presentación) que hoy no se puede avanzar en los dos primeros problemas si no arreglamos mínimamente el tercero.
Fíjense entonces. Sabemos en líneas generales qué hacer para promover la inversión privada y tenemos algunas ideas respecto de cómo hacer para que el Estado funcione. Pero ¿podemos decir con la mano al pecho que entendemos realmente cómo se arregla el problema de la política en el Perú? De hecho, el asunto es más complejo aún porque la democracia está en crisis en todas partes del mundo y nadie parece haber descifrado todavía cómo salir de ella.
Como bien dijo en CADE el presidente del Banco Central de Reserva, Julio Velarde, “sin participación política, no hay solución”. Esto no significa que ahora tengamos que convertirnos todos en candidatos a algo. Significa entender que el tercer problema es mucho más complejo que los otros dos y que hoy requiere mayor atención y dedicación efectiva de nuestra parte, de la ciudadanía en general, pero, particularmente, de quienes ejercen roles de liderazgo. Ya no podemos darnos el lujo de seguir procrastinándolo.