Hoy, que se especula y debate mucho sobre el futuro de Twitter, algunos plantean la utilidad de seguir allí o no, preguntándose si conviene quedarse o marcharse a alguna otra red paralela tipo Mastodon. Unos piensan así porque no les convencen los cambios que está tratando de instaurar Elon Musk, entre los que se encuentran los servicios pagos; otros, porque temen que su libertad de expresión sea afectada; y también están a los que les parece indignante que el nuevo dueño de Twitter esté llevando al colapso la plataforma con tantos despidos a la fecha.
Ante la pregunta de si “me quedo o me voy”, mi sugerencia es “no se vaya, quédese, que esto todavía se va a poner mejor”.
Y es que las razones que los tuiteros han considerado para dejar Twitter son todavía prematuras, pues ni el mismo Musk sabe bien por dónde va a continuar la evolución de la red social. Y aquí tenemos un primer dato revelador: Twitter no va a desaparecer, no cerrará. Acaso se transformará en algo distinto y, probablemente, igual de disruptivo como todo lo que ha hecho a la fecha su nuevo dueño.
Aunque, claro está, tal y como le han recordado varios tuiteros al señor Musk, viajar a Marte es más sencillo que dirigir Twitter. Enviar un cohete a otro planeta es, en sí mismo, un problema científico-tecnológico, pero administrar el ágora pública del siglo XXI es más que un tema tecnológico. Es, sobre todo, un dilema social.
Y aun cuando el propio Musk está usando la opinión de los mismos usuarios de la red social para actuar y definir acciones, hacerlo es como si le pidiéramos a todos en esa red social que nos digan cómo, cuándo y hacia dónde debe partir la nave. ¡Menudo reto! Pero parece que Musk ama este tipo de situaciones y está tratando de ser lo más democrático posible, preguntándonos qué debe hacer. Bajo esa modalidad, ya resolvió aceptar a personajes vetados, como el mismísimo expresidente Donald Trump, y también está evaluando los alcances de lo que entiende por libertad de expresión.
Además, los cambios para generar ingresos a través de cuentas verificadas y el uso de un indicador –la insignia azul– todavía no están cerrados. Su iniciativa de cobrar US$8 está en revisión hasta nuevo aviso, considerando que ni bien se instauró esa medida, tuiteros bribones pagaron por la insignia y suplantaron cuentas de marcas relevantes –incluyendo su propia marca, Tesla–, afectando su reputación. Las acciones legales al respecto obligaron al equipo de Musk a suspender el llamado ‘Twitter Blue’.
Respecto a irse a otra red social paralela, hay que considerar que las otras alternativas no se pueden comparar con el alcance que tiene actualmente la red tuitera. Cuatrocientos millones de usuarios activos garantizan un nivel de alcance relevante. Pero, además, empezar de cero una nueva comunidad en un nuevo espacio digital tiene sus bemoles: nuestros allegados se van a demorar en migrar, si es que acaso terminan por hacerlo. Efectos de red, que le llaman.
Con todo, la razón más gravitante para permanecer en Twitter es que seremos parte de lo que finalmente se entenderá por libertad de expresión en el siglo XXI. Si bien históricamente este tipo de libertad emanaba de los estados, hoy queda claro que se está produciendo una suerte de privatización de esa libertad, de parte de las corporaciones tecnológicas. Es Musk el que está proponiendo una nueva forma de entender en qué consiste, al menos en el planeta Twitter: puedes decir lo que quieras, pero si lo que dices incita al odio, le bajaremos el volumen a tu parlante.
Quédese en Twitter, que ahí se está dibujando el futuro, quiérase o no.