Si bien la crisis política de fondo no se puede resolver sino en el mediano plazo (y solo si se hacen las cosas bien), todo pareciera indicar que la que ha generado el presidente Pedro Castillo con la corrupción organizada desde el poder, el debilitamiento de las instituciones, el notorio retroceso de la capacidad de gestión de la cosa pública y varios etcéteras más, sí se va a zanjar.

Eso no quiere decir, necesariamente, que vaya a primar la justicia. Castillo tiene muchas armas (incluidas las vedadas) que va a seguir usando para su torvo propósito. Puede, con ello, impedir los votos necesarios en el Congreso para entorpecer todas las opciones (18 congresistas con ilegales contratos estatales para familiares son un argumento convincente). Y hay, en América, no pocos países que lo van a apoyar para tratar de convertir el problema en uno de “falta de diálogo de las partes”.

Pese a todo, a ratos soy medianamente optimista. Cada vez más cómplices de Castillo lo abandonan, revelando más detalles de la trama mafiosa, como para que consiga quedarse con la suya. Sintomático que varios de los ‘niños’, tratando de ver si con ello salvan el pellejo, ya firmaron por la vacancia.

Pero, entre tanto se resuelva esta crisis, mucha gente la está pasando muy mal por el desgobierno: los agricultores por los fertilizantes, las amas de casa por los precios, los jóvenes por cada vez menos empleos con derechos y, casi todos, por el cada vez más extendido y violento.

A esto último dedico esta columna. Me focalizo específicamente en una de sus variantes más horrendas: la . Aquella que se puede simplificar en el “me pagas o te mueres, tú escoge”.

“Matan a chofer de combi que no quiso pagar cupo de S/10″, “Matan a dueña de ferretería por negarse a pagar cupos”. “Queman casa al ‘Rey del Ceviche’, se negó a pagar S/5 mil”. “Los ‘Falsos de la Construcción’ extorsionaban en obras de colegio en Trujillo”. “VMT: Cobraban para no atentar contra su vida”. “SJL: prestamistas de ‘gota a gota’ asesinan a hombre”.

Dado que, por razones obvias, casi nadie denuncia y la mayoría paga o huye, noticias como estas son solo la punta del ‘iceberg’.

Este cruel delito ya venía fuerte en los últimos años. Ahora está en todas nuestras urbes, más en las zonas populares, pero no es ya desdeñable en sectores medios. Es notorio que ha empeorado con el desgobierno. Siete ministros del Interior en lo que va de este y, cuatro de los últimos abocados a proteger la corrupción bajo el riesgo de ser expectorados en el acto, me eximen de mayores explicaciones.

Las modalidades son varias, según “Las economías criminales en el Perú y su impacto”*. La más antigua: el cobro por uso de un pedazo de pista o vereda a ambulantes y puestos de venta en paraditas. Tiene muchas décadas, pero ahora los argumentos por si es que no pagan son bastante más “convincentes”.

Otra ya muy extendida es la de la extorsión a pequeños y medianos negocios. Notoriamente tiendas, transportistas, restaurantes, talleres, pequeñas industrias y hasta escuelas. Otra modalidad se da en el sector de la construcción civil, en la que “sindicatos” reclaman cupos para trabajadores a los que, a su vez, cobran un porcentaje de su sueldo; simultáneamente, les cobran a los empresarios por dejarlos trabajar.

También, y cada vez más frecuente, existe el “secuestro de vehículos”. Los roban para luego pedir rescate. Y otra que, de seguro, todos hemos vivido, la “extorsión telefónica”. Amenazan a sus víctimas para que efectúen depósitos, bajo amenaza a la integridad de sus familiares.

Otra terrible, la de la gente muy pobre que recurre al “crédito gota a gota” porque no pueden acceder ni siquiera a los usureros tradicionales. Son casi imposibles de pagar y los castigos llegan hasta la vida misma.

En la investigación referida se ha calculado que las diversas modalidades de extorsión, sumadas, pueden generar cada año no menos de US$500 millones.

¿Se las puede derrotar? No es fácil. Este tipo de mafias son como la hidra, ese monstruo mitológico de mil cabezas que reemplaza de inmediato cada una que le cortan por dos nuevas.

En mi gestión, avanzamos en el diseño de la institucionalidad y la estrategia, que se implementó en cientos de megaoperativos. Pero luego, con Martín Vizcarra, vino un cierto marasmo y, en esta etapa, están creciendo como la espuma.

¿Qué hacer ahora?

Primero, claridad conceptual. Es estúpido e inútil declarar emergencia y combatirla con unidades tipo “sinchis”, tan valiosas para otros menesteres. Esta es una tarea paciente y secreta de inteligencia e investigación criminal.

Segundo, que las unidades de élite no estén mendigando presupuesto o privadas de sus mejores efectivos. Es decir, apoyo político y no boicot por celos o complicidad.

Tercero, visión estratégica. Una reducción significativa tomará tiempo. Se trata de ganarle a la hidra; a saber, que por cada dos cabezas que cortemos solo puedan restituir una.

Cada día de inacción del desgobierno hará la tarea más difícil, larga y dolorosa.

*El referido libro es un trabajo que realicé en conjunto con Ricardo Valdés y Dante Vera. La segunda edición, corregida, aumentada y actualizada de esta publicación está por ver la luz.

Carlos Basombrío Iglesias es analista político y experto en temas de seguridad