“Los Fabelman”, la película autobiográfica de Steven Spielberg que puede verse en Lima, es un tratamiento sobre varios temas que nos conciernen a todos: la vocación profesional, el duro aprendizaje de la realidad y la naturaleza de la familia. Es por todo eso también una exploración sobre el amor. Mitzki, la madre del protagonista, está casada con un hombre bondadoso, equilibrado y honrado. “Cuando yo le hago un desplante, él me compra un vestido”, le confiesa a su hijo Sam. Mitzki piensa que su esposo es el mejor hombre de la Tierra. Sin embargo, no lo ama. Está enamorada en cambio de Bennie, cuyas cualidades objetivamente hablando no son tantas. Pero Mitzki siente que él la necesita. Y ella a él. Hay otra razón. Bennie cuenta buenos chistes. La hace reír, algo que un hombre bueno y decente no puede hacer.
Esta exploración sobre el misterio del amor es abordada de otro modo por el director Martin McDonagh cuando cuenta la historia de una amistad. En su estupenda película “Los espíritus de la isla”, Pádriac y Colm son amigos en una isla remota de Irlanda. Estamos a finales de la guerra, en 1923. Un día Colm decide que no va a ver más a su íntimo amigo. ¿Es que Pádriac lo ha ofendido? ¿Ha dicho algo que no debía? No, le contesta Colm. El problema es que ha llegado a una conclusión sobre su amigo. Es demasiado aburrido. No le interesa seguir viéndolo. Pádriac se desespera. Colm amenaza con cortarse los dedos si Pádriac sigue buscándolo. La amistad parece haberse roto.
Un amigo deja de interesarse por el otro porque de pronto descubre que no tiene nada que aportarle en su vida. La amistad puede terminarse, lo mismo que el amor, sin un motivo externo. En ese caso, en medio de la soledad, solo quedan los obsesivos proyectos personales. Es lo que parece pensar el personaje de “Tár”, en la película del mismo nombre, dirigida por Todd Field. Lydia Tár es una directora de orquesta. Es, por lo tanto, una exploradora de los infinitos sonidos de las grandes composiciones (el anagrama de TAR es ART). El problema es que también es sensible a los ruidos del mundo. Vive para reaccionar a lo que escucha. Apenas puede tener relaciones con la gente, salvo con Petra, su hija adoptiva. Tár recuerda sin embargo sus años viviendo en el Perú y la magia de la música shipiba, donde los sonidos parecen haberse integrado a la naturaleza. En los créditos iniciales de la película pueden oírse las notas fascinantes de una pieza shipibo-konibo de las cuencas del Ucayali en los cantos de Elisa Vargas Fernández, Reshin Wesna.
“El triángulo de la tristeza”, en cambio, parece reírse de todo el género humano desde que aparecen esos primeros modelos masculinos en un examen frente a un jurado. El triángulo de la tristeza, al que parecen condenados, es lo que revela ese punto de encuentro entre las cejas y la nariz. A lo largo de la película, desfila una serie de personajes farsescos, entre ellos un capitán de barco norteamericano comunista y un empresario ruso capitalista, que vende fertilizantes. Un diálogo entre ambos sobre el comunismo y el anticomunismo es una jocosa escena estelar. Las ideologías ya no son motivo de disputa, sino de risa, cinismo y camaradería.
Pasado mañana, alguna de estas películas o de las otras será reconocida en la ceremonia del Óscar. Con todas sus diferencias, todas hablan de un tema común: la soledad de sus personajes. Están irremediablemente solos y a merced de sus obsesiones. Son los héroes de estos tiempos.