Claramente soy crítico del actual gobierno. Hay momentos, sin embargo, en los que las posiciones políticas deben encapsularse para contribuir a la gobernabilidad de nuestra patria.
Después de los terribles resultados de las elecciones regionales –y en alguna medida de las municipales, sobre todo en el interior del país– es urgente exhortar a todas las fuerzas democráticas a hacer un paréntesis y contribuir sosegadamente a que el último año del nacionalismo sea viable con paz política y social.
Los elementos de la crisis son insoslayables: 11 sobre un total de 25 regiones pasarán por una segunda vuelta electoral; hay un presidente reelegido pese a estar preso; otros siguen en carrera pese a estar detenidos por corruptos; la comisión investigadora del Caso López Meneses está en un enfrentamiento intolerable con la primera ministra y con el ministro del Interior; y el descrédito de los poderes estatales continúa imparable. Entre tanto, según Datum, el 92% de los ciudadanos cree que el nivel de corrupción en el país es muy alto, lo mismo que la inseguridad pública.
Luego, mientras vivimos la peor recesión de la última década, con un crecimiento anual del PBI que probablemente no llegue ni al 3%, voces irresponsables empiezan a reclamar un cambio radical de todo el modelo económico. Sin duda este requiere ajustes, pero es inaceptable que siquiera se contemplen eventuales medidas populistas en un contexto en el cual la balanza comercial nos es desfavorable, cuando las inversiones nacionales y extranjeras se retraen y el mercado internacional del oro –fuente principal de los ingresos mineros– sigue deprimido.
Es imprescindible una reacción para favorecer un stock de inversiones posibles en el orden de 61 mil millones de dólares; el Estado puede dinamizar también sus inversiones en infraestructura, al tiempo de desburocratizar a todos los sectores para que el sector privado recupere la confianza resquebrajada por tanto ruido político.
No podemos permitir que las fuerzas antisistema provoquen una estampida de los mineros a cambio de más pobreza y desempleo. Debemos tomar conciencia de los graves riesgos que ya estamos enfrentando: la política monetaria a cada momento está tentada de intervencionismos extramercado; la nueva clase media, aparte de ser muy pobre objetivamente, puede estallar con alrededor de 3 millones de personas que están entrando en morosidad dentro del sistema financiero; el presupuesto 2015 está desfasado; y si bien es difícil determinar la existencia de una burbuja inmobiliaria, resulta innegable que los bienes raíces atraviesan por una etapa de turbulencia.
Es cierto que las medidas correctivas anunciadas por el Gobierno hace un par de meses probablemente tendrán efectos anticíclicos, es decir a mediano y largo plazos sobre todo en el plano tributario; pero es hoy, no mañana, cuando todos necesitamos alentar la estabilidad entendiendo que pese a todo lo avanzado en los últimos 20 años, ni siquiera hemos alcanzado los niveles auspiciosos de inicios de la década de 1960.
Toca, entonces, al Gobierno propiciar un clima de diálogo y concertación efectiva, y a la oposición moderarse. No se trata, reitero, de perder identidad partidaria, pero sí de hacer un paréntesis y darle oportunidad de reconstitución a nuestra frágil república.