“Una baja productividad y una altísima informalidad son algunos de los resultados de este menjunje, supuestamente 'liberal'”.
“Una baja productividad y una altísima informalidad son algunos de los resultados de este menjunje, supuestamente 'liberal'”.
Juan José Garrido

Las han puesto en discusión, nuevamente, nuestro modelo de crecimiento y desarrollo. Más allá de lo que muchos discutan, sin embargo, no podemos etiquetar el nuestro como liberal o capitalista. Esto, claro, en el sentido estricto del mismo: que los mercados funcionen de la manera más amplia posible, que el Estado se maneje de forma eficiente y que el ecosistema institucional sirva a todos por igual. Y es acá donde la teoría y la praxis se enfrentan en países como el nuestro. Porque, en sencillo, nuestro “modelo” es un híbrido de letanías arcaicas e ineficientes con algunas pinceladas de modernidad.

Una economía libre se basa en tres fundamentos: (i) los mercados se manejan –en gran mayoría– a través de la inversión y la competencia privada; esto implica libertad al establecer precios y bajas barreras de entrada, así como una regulación eficiente que reduzca las asimetrías de información y minimice las externalidades negativas, (ii) estabilidad macroeconómica, que implica un manejo saludable de las cuentas fiscales y una responsable administración de la moneda y el tipo de cambio, y (iii) derechos de propiedad con una adecuada aplicación, pues de poco sirve ser propietario de algo si ese “algo” puede ser birlado por un tercero sin que podamos hacer nada al respecto.

En nuestro “modelo” coexisten trazos de libre mercado, pero salpicados por grandes déficits de eficiencia gubernamental y calidad institucional. Los mercados son en su gran mayoría libres, en el sentido de precios y barreras de entrada, pero altamente regulados. Peor aún, algunos espacios están anacrónicamente diseñados (el mercado laboral es un ejemplo notable de ello). Nuestra eficiencia gubernamental es paupérrima y, como corolario, nuestro sistema de justicia es una coladera de corruptelas e ineficiencia. Así, una baja productividad y una altísima informalidad son algunos de los resultados de este menjunje, supuestamente “liberal”.

Cierto, un empresariado predominantemente mercantilista no ayuda mucho en la defensa del libre mercado. Pero en las últimas décadas se han desarrollado espacios empresariales modernos, integrados a cadenas de valor globales, que merecen ser vistos con optimismo. No solo en el fútbol “sí se puede”.

El desarrollo de los últimos años ha sido producto de un “modelo” híbrido que, aunque parezca mentira, en la práctica permitió un crecimiento extraordinario; la principal razón detrás de la notable reducción de la pobreza.

Esto, por supuesto, no significa que el trayecto fuera simple. Pero son los aspectos positivos del mismo los que deberían servir para establecer el itinerario a futuro, y no a la inversa. Uno de los grandes problemas que enfrentan economías como la nuestra, de baja productividad y altas expectativas, es entender cómo crecimos en primer lugar, en qué parte de la curva de desarrollo estamos y a dónde podemos apuntar. Algunos lo llaman “trampa de los ingresos medios”, otros son más crudos y destacan la falta de reformas estructurales y de segundo piso como la explicación de las bajas tasas de crecimiento actuales que se evidencian a través de menores inversiones, menor demanda laboral y menor consumo en general.

Los peruanos tenemos un gran reto por delante: o seguimos discutiendo cómo queremos proseguir el camino al desarrollo (y en la discusión, perdemos tiempo y fuerza), o hacemos las reformas necesarias para avanzar con mayor convicción y entrega. De nosotros depende.

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