La semana pasada comentaba sobre la profundidad y naturaleza de nuestros problemas de representación política. Estos no son consecuencia de la “inmadurez” de los electores ni de la falta de compromiso de las élites; nuestros esquemas de representación, tanto los más fuertes como aquellos que podrían haber madurado, se han quebrado y no se pueden construir con puro voluntarismo.
La representación surge de un encuentro entre ciudadanos comunes y élites políticas, que se fragua alrededor de experiencias significativas. En nuestro país, no solo la representación política se ha pulverizado, también buena parte de la social. Hoy, más allá de la hinchada de algunas instituciones deportivas, no contamos con muchas experiencias de identidad que reúnan a ciudadanos de procedencia diversa y que funcionen “en las buenas y en las malas”.
Si uno mira los actores políticos alrededor, podría decir que muchos de ellos desaprovecharon oportunidades que ciertamente tuvieron. Viejas identidades fueron dilapidando su capital político: las izquierdas, por su incapacidad para generar una propuesta (que podría haber cuajado en el Frente Amplio); las derechas, primero con proyectos como Unidad Nacional y luego con el propio fujimorismo; y tanto el Apra como AP como proyectos de centro. Más recientemente, tanto Somos Perú como APP podrían haber asumido un perfil de partidos descentralistas (otros proyectos no tuvieron proyección más allá del destino de sus líderes fundadores, como Perú Posible con Alejandro Toledo o el Partido Nacionalista con Ollanta Humala).
Mal que bien, cada uno en su momento funcionó como un espacio con algún perfil ideológico y era un punto de encuentro entre líderes políticos, técnicos y expertos, y diversas bases populares.
Hoy, los partidos con inscripción son prácticamente todas meras plataformas para la presentación de candidaturas individuales. De allí el escaso entusiasmo que despiertan las próximas elecciones regionales y municipales. Como ya hemos comentado, reducida la política a este mínimo, tenemos islotes de buenas intenciones y un amplio mar de oportunismo y búsqueda de usar la política como “emprendimiento” para desarrollar intereses particulares.
¿Cómo empezar a salir de esta situación? Acaso un primer paso sería buscar grandes alianzas, acuerdos políticos transversales al interior de cada uno de los grandes bloques políticos del país, de izquierda, centro y derecha, alrededor de iniciativas concretas de política, y utilizar las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias para definir las candidaturas presidenciales de cada bloque.
En Colombia, esto funcionó en las últimas elecciones presidenciales: los grupos de izquierda compitieron entre ellos, y eligieron candidato a Gustavo Petro; los de derecha, a Federico Gutiérrez; y los de centro, a Sergio Fajardo. Un acuerdo de este tipo debería incorporar la definición de candidaturas de consenso de las vicepresidencias y listas parlamentarias, según los pesos relativos de los grupos.
En esto nuestra experiencia sería distinta a la colombiana, porque allá las elecciones legislativas no son simultáneas con la presidencial. En nuestro caso, también sería aconsejable tener la elección del Congreso en segunda vuelta, para así poder definir su composición con la información crucial de qué candidatos tienen realmente opción de ocupar el Poder Ejecutivo.
Implementar bien el mecanismo de formación de alianzas y de qué manera las elecciones internas de cada bloque impactarían sobre la conformación de listas parlamentarias requerirían algunas precisiones normativas que el Congreso actual debería empezar a discutir para poder implementarlas en las próximas elecciones generales.
Si asumimos que los partidos existentes no representan verdaderamente las preferencias de los ciudadanos, y si asumimos que ellas se expresan, gruesamente hablando, en torno a plataformas de derecha, centro e izquierda, las alianzas y las primarias abiertas podrían servir como primer paso para la reconstitución de un sistema de partidos. Pero, por supuesto, esto requiere compromiso y madurez dentro de cada bloque y, por supuesto, de la actual representación parlamentaria. Diversas voces han sugerido la necesidad de una gran coalición de derecha para las próximas elecciones; los grupos de centro y de izquierda podrían seguir el mismo camino.