"¿Son nuestros puritanos peruanos implacables con tirios y troyanos?  No y ello se pudo ver este viernes en su reacción a la publicación del chat de Perú Libre, que corroboró lo que ya sabemos: la discordia al interior del Gobierno y el papel que en esa lamentable situación juega el premier Guido Bellido". (Foto: PCM)
"¿Son nuestros puritanos peruanos implacables con tirios y troyanos? No y ello se pudo ver este viernes en su reacción a la publicación del chat de Perú Libre, que corroboró lo que ya sabemos: la discordia al interior del Gobierno y el papel que en esa lamentable situación juega el premier Guido Bellido". (Foto: PCM)
Carmen McEvoy

Para los que, desde hace varias décadas, estudiamos la historia política y de las ideas del Perú republicano nos sorprendieron las declaraciones del premier respecto a la necesidad de crear una suerte de “pueblo tuitero”, con la disposición de dar la batalla en las redes sociales.

En mi caso particular pensé en esos ciclos doctrinarios donde se discutió el binomio república-ciudadanos, el cual fue resignificado en múltiples oportunidades. Uno de los congresistas cuya función ideológica y política queda aún por profundizar −acá me refiero al puneño Juan Bustamante− señaló que en el Perú no podía existir una verdadera República sin indios ciudadanos, portadores de deberes y derechos. La definición de quien fue diputado por Lampa, subprefecto de los departamentos de Cuzco y Huancavelica, miliciano en las batallas de Las Palmas y 2 de Mayo venía con una denuncia bajo el brazo. Y ella apuntaba a un Estado, capturado por los militares de turno, quienes cedieron el control de poblaciones y espacios geográficos a autoridades mafiosas y clientelares. Si uno revisa los Diarios de Debates del Congreso de la República del siglo XIX descubrirá que quien financió obras públicas con su propio dinero, formó parte de una cadena de pensadores y activistas que desde el Legislativo, pero también la prensa (limeña y provinciana) y en algunos casos el Ejecutivo (pienso en el gabinete de los Talentos con el genial Toribio Pacheco en la cartera de Justicia) dieron la batalla por la institucionalidad de la República. Estos peruanos, que el relato victimista de los quinientos años de explotación pretende desaparecer, son el testimonio de la apuesta constructivista (error/acierto) de nuestra república, que tuvo sombras, pero también luces que un pensamiento binario intenta hoy desconocer.

Hablando de la dictadura de lo políticamente correcto, que decide quien es bueno y quien no, me parece muy pertinente analizar un reciente artículo de Anne Applebaum. Para la autora del libro “Twilight of Democracy: The seductive lure of authoritarianism” los códigos sociales están cambiando rápidamente y en algunos casos para bien. Sin embargo, aquellos que no pueden adaptarse a las nuevas normas los espera el juicio rápido e inmisericorde de los “nuevos puritanos”. Y ello ocurre, usualmente, en las redes sociales donde se “descuartizan” personas y honras un día sí y el otro también. A partir del análisis de “The Scarlet Letter”, esa extraordinaria obra de Nathaniel Hawthorne, la autora nos recuerda que el linchamiento contemporáneo viene de todos los bandos y es virtual. Applebaum señala que “la letra escarlata” colgada a quien trasgrede los códigos de un grupo cerrado se ha hecho costumbre en las redes: un lugar de conclusiones rápidas, prismas ideológicos rígidos y argumentos de 280 caracteres. Lo grave es que los criterios de las redes, plagados de arbitrariedades, se trasladan incluso a lo académico, periodístico e institucional. Las demandas de un público que exige por la gratificación instantánea crea el escenario para las “letras escarlatas” dirigidas a personas que no han cometido ningún crimen pero igual son maltratadas sin piedad. Applebaum está interesada en esta nueva dinámica, mayoritariamente en manos de unos cuantos cabecillas expertos en la viralización, porque va contra el principio del derecho a defensa, pilar del sistema democrático y liberal.

“La turba puritana” amedrenta al que quiere opinar diferente y a veces lo obliga a callar porque un comentario pobremente verbalizado o sacado fuera de contexto lo llevará a una inevitable humillación pública. ¿Son nuestros puritanos peruanos implacables con tirios y troyanos? No y ello se pudo ver este viernes en su reacción a la publicación del chat de Perú Libre, que corroboró lo que ya sabemos: la discordia al interior del Gobierno y el papel que en esa lamentable situación juega el premier Guido Bellido.

“Los tuiteros no dirigen el país” afirmó alguien en las redes ante la constatación de que el episodio desestabilizador fue relativizado por quienes olvidaron, algunas horas, su “misión moralizadora”. Aunque ello no nos puede distraer del hecho de que es la nueva esfera pública en la que no se perdonan faltas y mucho menos se provee de un contexto para discutir. En consecuencia, el precio de gobernar a través del Twitter, como en algún momento lo sugirió el antiguo activista estudiantil, puede ser altísimo por lo implacable del juicio popular y la incertidumbre perpetua de la virtualidad. Y el ejemplo más claro es lo que le está ocurriendo al mismo Bellido atrapado en medio de tuits, retuits y chats que ningún miembro del conglomerado puritano, que por formación desconfía de lo no binario, podrá eliminar. Consejo: volver a la realidad.