Richard Webb

El boleto de entrada al siglo XX fue el alfabetismo –la capacidad para leer y escribir–. Fue un siglo de explosiva expansión del conocimiento científico, intelectual y tecnológico en todo el mundo, acompañada además por una multiplicación en el contacto y en el intercambio humano. Pero el requisito para acceder a esa nueva riqueza intelectual consistía en ser alfabeto, condición que en 1900 se limitaba a solo una de cada cinco personas en el mundo.

Los primeros países que lograron el alfabetismo masivo fueron los del norte de Europa, aptitud que sin duda fue estimulada por la religión protestante que alentaba, incluso exigía, que cada devoto no solo escuchara al sacerdote en la iglesia, sino que practicara la lectura propia de la biblia. En el Perú, la capacidad generalizada para leer y escribir tardó casi todo el siglo XX en llegar. En 1928, por ejemplo, solo un tercio de los peruanos sabíamos leer o escribir, y debimos esperar hasta fines del siglo para alcanzar una tasa de alfabetismo superior al 90%.

Pero hoy, entrando ya al siglo XXI, y finalmente con una gran mayoría de la población alfabeta, nos damos con la sorpresa de que una creciente parte del conocimiento nos llega expresada en un nuevo idioma que no dominamos: la matemática. Nuevamente sufrimos una frustración lingüística. Hoy, el mundo nos presenta un surtido de novedades científicas, tecnológicas, y de nuevas posibilidades humanas escritas en el lenguaje de la matemática, el lenguaje usado, crecientemente, por los especialistas y técnicos que son los pioneros en el descubrimiento y formulación de los nuevos conocimientos. Hoy, si bien hemos vencido el impedimento del analfabetismo, nuestro acceso a la riqueza intelectual se ve limitado por el “anumerismo”; o sea, la poca capacidad para “leer” y, por lo tanto, evaluar o usar los números.

Debo explicar que, a diferencia de lo evidente que es la incapacidad de una persona analfabeta –tanto para el analfabeto mismo como para los que tratan de comunicarse por escrito con esa persona–, el problema del anumérico es en gran parte invisible. Y es así porque una buena parte de la información que viene con un número consiste en detalles no conocidos del cálculo de ese número.

Un ejemplo de esa limitación sería lo que se incluye o no se incluye en la cifra del producto nacional, el llamado PBI. Si bien los detalles y las definiciones de las cifras del PBI son divulgadas por las oficinas encargadas de su cálculo, en la práctica el usuario de esas cifras tiene muy poca capacidad o conocimiento para conocer y sopesar esos detalles. Así, el cambio continuo que se produce en una economía, con la aparición y desaparición de productos, y con cambios en sus costos y precios de venta, implica que las comparaciones del PBI en años distintos siempre están comparando papas con camotes. Cuando la preocupación principal es la evolución productiva reciente, por ejemplo, cuando se compara la producción actual con la del año anterior, las diferencias de valoración que se producen en el largo plazo pueden ser ignoradas. Pero cuando se quiere evaluar el crecimiento o reducción productiva entre dos décadas, las diferencias de valoración en el tiempo tienen enorme importancia.

Un caso que ilustra esa limitación se refiere a la medición del ingreso real del poblador rural peruano en las últimas décadas. ¿Ha mejorado? ¿Cuánto? En los inicios del siglo XX, uno de los bienes más cotizados por esa población era el teléfono celular, pero su disponibilidad era tan limitada y su costo tan alto que casi no tenían incidencia en las cifras de esa población. Hoy, apenas dos décadas más tarde, cerca del 90% de esa población tiene celular, pero el abaratamiento de ese servicio ha sido tan grande que el gigantesco aumento en el acceso pasa casi desapercibido en las cifras del ingreso.

En general, más y más de la información que nos interesa en la actualidad viene expresada en cifras cuyo mensaje exacto depende enormemente de detalles de cálculo y de definición precisa que se encuentran ocultos para el lector no especializado. Pero la información del futuro viene, sin duda, con más y más números, referidos a todo orden de la vida, y necesitamos un esfuerzo educativo muy grande para aprender a realmente comprender lo que se está afirmando. El alto nivel de alfabetismo que hemos alcanzado nos ayudará, pero la siguiente gran tarea debe ser aprender a hablar y escuchar los números.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Richard Webb es director del Instituto del Perú de la USMP