Maite  Vizcarra

A propósito de que esta semana tendré la oportunidad de conocer a Michael Sayman, el joven protagonista de una entretenida historia que mezcla la perseverancia, la inmigración, el futuro de y el optimismo, he estado pensando más sobre Internet y sobre los conflictos que nos causa en estos tiempos en tanto somos sus habitantes.

De la visión rebelde y libertaria que inspiró a los padres de esa primera versión de la súper web, a la cada vez más tortuosa relación que tenemos con las llamadas , no podemos negar que vivimos y respiramos en Internet. Algun@s más que otr@s, pero dudo mucho de que alguien sea indiferente a la entidad de la web.

Semanas atrás, estuve con el periodista Chema Salcedo hablando sobre el robo de datos personales y los riesgos que puede suponernos descargar tal o cual aplicación en nuestros celulares. Reparé, entonces, en que últimamente me llaman a hablar sobre tecnología para explicar cómo librarnos de su lado obscuro. Parecería que todo es muy malo en Internet.

Para rematar, las dos últimas semanas hemos sido partícipes de tristes historias de usos indebidos de datos digitales mal habidos, vía repositorios electrónicos vulnerables. Aunque es probable que mafias como la del llamado “club del Tarot” y la filtración de datos supuestamente protegidos hayan tenido que ver más con errores humanos y en la administración de claves y accesos antes que con fallos en las tecnologías de encriptación vinculadas.

¿Estamos empezando entonces a perder la fe en lo digital? ¿Nos empieza a dar desconfianza la tecnología? Las malas noticias pueden ser una señal, pero no son determinantes.

Lo que sí es cierto, volviendo al comienzo de esta columna, es que cada vez tenemos una relación más tóxica con Internet: nos hace aparentemente felices, pero a costa de una manipulación emocional nociva. Dicho esto, casi diez años atrás, el escritor estadounidense-turco Jarett Kobek imponía en una novela convertida en ‘best-seller’ que el odio a Internet iba a abundar en un futuro muy cercano. Y parece que no se equivocaba.

A pesar de su ingenioso nombre, “Odio Internet”, no trataba sobre un sistema globalmente interconectado de computadoras que permiten una comunicación rápida. En verdad, planteaba una visión crítica contra el narcisismo que sostiene la socialización en las plataformas y que, además, ha dado lugar a ingentes fortunas gracias a la mansa cesión de nuestra intimidad.

¿Qué es, en realidad, lo que seduce a grandes sectores de la población a creer que la vida no está bien vivida si no se la “comparte” con individuos que son, probablemente, totales desconocidos? ¿Por qué las personas no abandonan interacciones electrónicas que las hacen sentir crecientemente inferiores, humilladas, enojadas o simplemente vacías?

Quizás la respuesta a estas preguntas las encontraremos en la propuesta del joven autor del libro que estoy leyendo y que tendré el placer de comentar pasado mañana. Michael Sayman, hijo de una inmigrante peruana en Estados Unidos, es un autodidacta creador de aplicaciones que parece haber descubierto la solución a nuestra relación tóxica con Internet: romper con el círculo vicioso de los “me gusta” o ‘likes’, la búsqueda descontrolada de seguidores y la viralización.

Al parecer, Sayman tiene una nueva propuesta global, que se centraría en el desarrollo de tecnología más humana, buscando la creación de vínculos más duraderos sin tanta inmediatez. Dicho sea de paso, este tipo de interacciones siempre ha sido posible en Internet. De hecho, es lo que sostiene la esperanza de las múltiples comunidades digitales que se forjan dentro suyo y lo que permite crear conocimiento compartido.

¿Logrará este joven emprendedor tecnológico cambiar el futuro de la web? Por ahora, parece que tiene claro que es necesario alertar sobre lo que está detrás del narcisismo que nos invade cuando entramos en Instagram, por ejemplo. Parece que alertar sobre el lado obscuro de la vieja Internet dará paso a la luz de una nueva y –quién sabe– liderada por alguien cuyos vínculos con el Perú podrían ser auspiciosos.

Maite Vizcarra Tecnóloga, @Techtulia