Con la solicitud de inscripción de las distintas candidaturas presidenciales podemos apreciar que existen opciones para casi todos los gustos. Desde la derecha más clásica hasta la izquierda más extrema, pasando por otras moderadas (que parecen ser la mayoría). Todo esto dentro de una variada cartelera política con un total de 17 alternativas, a las que podrían sumarse tres más que se encuentran en proceso de inscripción.
Esta diversidad no es buena ni mala en sí misma, pero sin duda refleja la insatisfacción de muchos peruanos que quieren participar en la contienda electoral, no se identifican con las opciones más conocidas y, por lo tanto, buscan la propia, para diferenciarse, pretendiendo de esa manera resolver los problemas de la débil representación política.
No solamente se refleja así la crisis de los partidos políticos. Se evidencia también el desconcierto de la población ante un proceso político que no termina de entenderse bien por lo confuso del panorama y de buena parte de las propuestas electorales que, en muchos casos, ni siquiera logran cuajar lo suficiente como para diferenciarse de las demás.
En los países con sistemas políticos más experimentados participan electoralmente pocos partidos, lo que ayuda a que la ciudadanía no se confunda tanto al momento de escoger, a la vez que las alternativas que proponen pueden diferenciarse mejor, unas de otras.
En Estados Unidos, por ejemplo, que tiene un sistema básicamente bipartidista (con un partido Republicano algo más conservador y uno Demócrata un tanto más liberal), las diferencias se producen dentro de los partidos y no fuera de ellos. Tanto es así que el partido Demócrata tiene un ala más cercana a la izquierda, como la que ofrece el precandidato Bernie Sanders, y otra más moderada que lidera Hillary Clinton. Si bien existen en cada partido múltiples facciones, las diferencias se discuten internamente y luego la posición ganadora se manifiesta al exterior, como un frente unido que defiende los criterios adoptados por las mayorías internas.
Tantas alternativas electorales no suelen presentarse a las elecciones de los países más desarrollados, sino solo las que resulten suficientes para reflejar las principales corrientes políticas. Es decir, dentro de un espectro de izquierda, centro y derecha. A la vez que, en algunos casos eventuales –como el Frente Nacional en Francia–, también se presentan alternativas ultras, en cualesquiera de los dos extremos. Pero no más que eso, por lo que se evita la dispersión del voto para concentrarlo en aquel candidato que recoja mejor las aspiraciones o anhelos de cada elector.
La dispersión que subrayamos es inconveniente ya que puede terminar favoreciendo a quien el votante menos quiere que resulte electo. Por eso es que la segunda vuelta o ‘ballotage’ para elegir al presidente, es tan beneficiosa, porque llega a juntar a los ciudadanos en un sentido u otro, sin más opciones que las dos que más votos alcanzaron en la primera vuelta.
De hecho, lo que finalmente ocurre en nuestro sistema peruano es que en la primera vuelta electoral se vota con el corazón y en la segunda con la razón. Con tanta atomización del voto ningún candidato alcanza a superar el 50% más uno necesario para ser elegido en primera vuelta, por lo que la segunda resulta indispensable y decisoria.
Sin embargo, el Congreso sí se elige en la primera vuelta, por lo que los pactos en el Parlamento –entre los representantes de los partidos que han logrado superar la valla exigida del 5%– resultan indispensables para que se conforme una mayoría que sintonice con el presidente y encuentre coincidencias con su programa de gobierno para hacerlo viable, y así no se inicie con una mayoría congresal adversa.