"Ni siquiera el terror mundial al coronavirus es capaz de arrancar un espontáneo consenso de solidaridad y disciplina en el Perú". (Foto: Alessandro Currarino)
"Ni siquiera el terror mundial al coronavirus es capaz de arrancar un espontáneo consenso de solidaridad y disciplina en el Perú". (Foto: Alessandro Currarino)
Juan Paredes Castro

El presidente decía el martes último en una conferencia de prensa que, pasado el nivel más crítico del COVID-19, los peruanos podríamos llegar a mayo con una liberación gradual de la cuarentena y a junio con una sociedad que funcione.

Para que esta sociedad funcione, tenemos que aspirar desde hoy a un Estado esencial que también funcione. Un Estado esencial en servicios eficientes. No el Estado sobreministerial y sobrepresupuestado, que tendrá que ser reconvertido.

La sociedad a servir es, además, complejísima y en cierta forma anómica. Una parte es respetuosa de los demás y otra parte no. Una parte obedece las leyes y otra parte no. Una parte es tolerante y conciliadora y otra parte intolerante y confrontacional. Una parte es muy consciente de muchas cosas y otra parte absolutamente indiferente. Una parte se guía por el bien común y otra por los intereses propios. Una parte es solidaria y disciplinada y otra parte ni solidaria ni disciplinada. En la sociedad peruana es muy difícil implantar articulaciones y denominadores comunes de vida y comportamiento, a menos que sea por la vía coercitiva.

Ni siquiera el terror mundial al coronavirus es capaz de arrancar un espontáneo consenso de solidaridad y disciplina en el Perú.

Así, llegaríamos a junio con una sociedad a la que el Estado esencial tendría que dotarla de mayores y mejores sistemas de salud, educación, seguridad, salubridad, investigación científica y transporte; como tendría que dotar también al sistema empresarial pequeño, mediano y grande de mayores y mejores condiciones de inversión, mercado, crédito y empleo, que la pospandemia permita; y de mayores estímulos y compensaciones a la actividad empresarial, comercial y laboral informal, capaces de ponerla en la dura y necesaria senda de la formalización plena.

Todos vamos a compartir la crisis social, económica, política e internacional pospandemia. Gobiernos, estados y sociedades. Los gobiernos se sucederán como hasta ahora, unos más democráticos que otros, unos más autoritarios que otros. La sociedades seguirán eligiéndolos o tolerándolos, según sus demonios interiores que suelen orientar sus preferencias y sus votos en las urnas. Los estados, en cambio, son estructuras paquidérmicas que no van a ser desmontadas ni modernizadas por una elección, sino por una vigorosa voluntad política gubernamental y parlamentaria. Se trata de fortalecer a largo plazo un Estado esencial de calidad, para que la sociedad no sufra las consecuencias de inestabilidad que caracteriza a las cúpulas políticas de turno en el poder.

El mundo necesita de estados esenciales de elevadísimo sentido de servicio público, con un feroz compromiso de cuidado y defensa del planeta y con burocracias muy bien diseñadas, entrenadas, enfocadas y dirigidas, a gran distancia del generalizado parasitismo de hoy.

De paje a ministro, esas estructuras de Estado tienen realmente que funcionar, sin tener que esperar una contingencia descomunal para despertar a la realidad. Podrán los presidentes no ser los mejores, porque provienen de elecciones populares imprevisibles, pero sus ministros, viceministros y funcionarios, sí. Los estados esenciales perdurables tendrán que hacer suya la defensa de la dignidad humana como un bien primordial.

Para un ministro de Salud en el Perú de hoy no puede ser lo mismo una prueba molecular que una prueba rápida para detectar el COVID-19. He aquí una señal grave de lo que habrá de cambiar en junio.

Frente al COVID-19 todos los líderes del mundo han salido al campo de batalla a la cabeza de sus ejércitos sanitarios. Pero podrían no haber sido requeridos si sus estados fuesen más eficientes, previsores y muy bien equipados y hubiesen asimilado correctamente las lecciones de pandemias pasadas.

Los organismos internacionales que velan por la población vulnerable del mundo y que representan una buena parte de burocracia ociosa y estéril de las Naciones Unidas también tienen que cambiar. La OMS más parece un satélite fuera de órbita que un avispado guardián de la salud mundial con los pies sobre la Tierra.

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