El debate del domingo pasado entre los candidatos a la Alcaldía de Lima fue la última oportunidad para conocer sus ofertas, amén de los ajustes de cuentas entre algunos.
Creo que las cifras en las encuestas se van a mover el domingo 5. Quizá no al grado tal de desplazar al candidato que va a la cabeza, pero lo real es que Castañeda no hizo un buen papel. Susana Villarán tampoco aprovechó la oportunidad, como sí lo hicieron Cornejo y Altuve.
A Heresi le faltó salirse del tema de seguridad ciudadana. Jaime Zea empezó bien con la mejor visión de ciudad, pero le faltó remate. Sánchez Aizcorbe, solvente. De los demás, poco que destacar. Podríamos decir que los que han sido alcaldes (o ministros) construyen un mejor mensaje que los que no han tenido un cargo de responsabilidad pública.
El crecimiento económico del país y la democracia han hecho subir como espuma a los candidatos en todo el país. En 1995, en Lima hubo solo dos candidatos (Andrade y Yoshiyama) en plena dictadura. En 1998 hubo cuatro candidatos. Luego saltaron a nueve en el 2002 con el comienzo del crecimiento económico y el ‘boom’ inmobiliario. El 2006 a 12 candidatos y el 2010 son 9. Hoy son 13.
El perfume del poder en Lima es un imán porque sirve de plataforma política. Pero cantidad no es calidad. El país está viviendo el más intenso proceso de reurbanización de los últimos años. Con Lima a la cabeza, ciudades intermedias como Chiclayo, Piura, Trujillo, Ica, Arequipa y Cusco son escenarios de inversión inmobiliaria sostenida, que definen el futuro de la ciudad para los próximos años.
Sin embargo, todas están creciendo con planes obsoletos y rebasados por el mercado inmobiliario. Este es un proceso perverso. El desborde popular de los años 60 es hoy el desborde del mercado que marca la pauta en los usos de suelo, densidades, zonificación, con municipios y/o regiones sin una visión de ciudad o territorio y que además eligen financiar, en muchos casos, proyectos que no tienen relación alguna con el encaminamiento del desarrollo, sino más bien con los beneficios personales que generan. El proceso de urbanización va por un lado y el sistema de gobierno por otro.
Nos quedamos con las ganas de escuchar cuál es la visión de ciudad que nos propone el candidato favorito, cuando hoy todos los especialistas en urbanismo coinciden en que es inviable más de lo mismo y, por el contrario, si las metrópolis no encuentran el camino para reinventarse y reducir desigualdades, el futuro es de crisis inevitable.
Como sociedad civil debemos exigir a quien salga elegido seguir con la reforma del transporte, Barrio Mío en los cerros, el ordenamiento de La Parada, la culminación del PLAM de Lima, un nuevo plan maestro para la Costa Verde, y respetar el Plan Regional de Desarrollo Concertado al 2025.
El favorito en las encuestas ya adelantó que “los últimos 4 años Lima viene de un cataclismo”. Que no sea una coartada para tener otra vez el complejo de Adán.