"Onania", por Marco Aurelio Denegri
"Onania", por Marco Aurelio Denegri
Marco Aurelio Denegri

El uro es un bóvido salvaje muy parecido al toro, aunque de mayor tamaño y que en la época diluvial fue abundantísimo en la Europa Central; pero mucho tiempo después, en el siglo XVII, la escasez de uros llegó a tal extremo, que en 1627, según el DRAE 2014, se extinguió la especie, lo cual es muy curioso, porque generalmente no se sabe el año en que se extinguen las especies; la época, sí, pero es inusual saber exactamente el año.

Pues bien: de la misma manera, y no menos curiosamente, se sabe cuándo surge el espantajo masturbatorio, esto es, la creencia de que la masturbación daña y muchísimo. Esta patraña es de 1716 ó 1717, año en que se publica un libro de autor anónimo titulado Onania o el Horrendo Pecado de la Autopolución y de Todas sus Terribles Consecuencias en ambos Sexos.

Por obra de la charlatanería, la masturbación se convirtió en la tercera parte del poema dramático. Sabido es que éste consta de tres partes: la prótasis o exposición, la epítasis o enredo, y la catástrofe o desenlace. La masturbación se convirtió en la tercera parte del poema dramático: en la catástrofe.

Antes del siglo XVIII, a nadie se le había ocurrido decir que la masturbación perjudicaba. Después, hacia 1716, se difundió la patraña de que era perjudicialísima. 

No por eso dejó la gente de masturbarse, pero dejó de hacerlo con alegría, ya no disfrutó verdaderamente del entretenimiento. Y se estrenó entonces una nueva forma de masturbación: la paja culposa; masturbación contrahecha por la vergüenza, deforme por el recelo y agobiada por la preocupación. Los charlatanes y los creadores de angustia habían catastrofizado la masturbación. 

Fue, pues, en Occidente, y todavía lo es en no escasa medida, catastrófica la práctica masturbatoria. En Oriente, no; al menos en el Japón, si hemos de creerle a Koestler, y yo le creo. Dice el famoso autor de El Cero y el Infinito que entre los japoneses la masturbación es un pasatiempo más; como el fumar, por ejemplo, sólo que más placentero.

Entre nosotros es un pasatiempo eminentemente culposo; y ello por tener, como tenemos, la peor de las madrastras. ¿Sabéis a quien aludo? Pues nada menos que a doña Tabú. “A la niña Masturbación”, como dijo Tenenbaum, “la ha hecho sufrir mucho su madrastra Tabú”. 

El espantajo masturbatorio atormentó a los pueblos de Occidente durante doscientos cincuenta años, y aún los atormenta, aunque con intensidad decreciente. Bien dice por eso Bergen Evans que tal vez hayamos acabado con el pasado, pero el pasado todavía no ha acabado con nosotros.