Cuando acaba la película y te cuesta pararte del asiento, te tiemblan las manos y te pesan las ideas, sabes que has estado ante una obra maestra. Cuando, horas después, aún no puedes procesar lo que viste y tratas de encontrarle un solo defecto, pero no puedes, sabes, nuevamente, que ha sido una obra maestra. Christopher Nolan ya nos tiene muy acostumbrados a ellas. Y este año no podía quedarse atrás: nos ha regalado “Oppenheimer”, tres horas de un arte que pocos directores logran conseguir con todas sus obras.
Sería bastante reductivo quedarnos en la idea de que “Oppenheimer” se trata solo sobre la creación de la bomba atómica, pero es un buen punto de partida. J. Robert Oppenheimer (Cillian Murphy), uno de los científicos más notables de su época, es convocado para participar en un proyecto que promete cambiar el mundo como se lo conoce. En medio del conflicto entre el comunismo y el fascismo, la peor crisis que la humanidad había vivido con la II Guerra Mundial y una Alemania nazi que llevaba mucha ventaja sobre sus adversarios, ‘Oppie’ –como sus amigos lo llamaban– lidera, junto a un equipo conformado por las mentes más brillantes de Estados Unidos, la planificación y elaboración del arma más poderosa que se haya inventado. J. Robert se ha convertido en “el hombre del momento” y de pronto se ha ganado acaso el lugar más importante en los libros de ciencia y, por qué no, de historia. Pero el físico hace mucho que dejó de ser solo un hombre de laboratorio: se ha convertido en un político.
En la vida de Oppenheimer –como en la de tantos personajes célebres– la ciencia y la política se encuentran y difícilmente pueden separarse, más aún en medio del contexto de una guerra mundial. Una importante reflexión, si me preguntan, sobre cómo todo suceso en el planeta finalmente termina siendo de interés gubernamental.
Los tecnicismos de la historia ya los conocemos. Por supuesto que la bomba detona y por supuesto que Estados Unidos logra usarla para bombardear Hiroshima y Nagasaki. Lo que Nolan ha buscado –muy a su estilo de tocar fibras sensibles en el espectador– es contar lo que hay detrás de un ser humano de carne y hueso que se encuentra en medio de la pugna más dura: la guerra contra sí mismo. Y la cinta no es, en lo absoluto, una glorificación hacia el científico. Es, más bien, una suerte de reivindicación del ser humano que se esconde detrás de una revolución tecnológica y el juicio al que se ve sometido. En su punto más vulnerable en medio de un debate entre su intelecto y su moral, vemos a un científico conflictuado desde la primera reunión en que se discuten los lineamientos para el Proyecto Manhattan. Entre personajes muy reconocidos históricamente como Albert Einstein, Werner Heisenberg y Harry Truman, J. Robert Oppenheimer tiene que enfrentar un gran demonio interno: le estaba ofreciendo al mundo entero una forma de autodestruirse. ¿Cómo iba a salir de ahí? ¿Qué lo impulsaba y qué lo frenaba? ¿Morir como un héroe o vivir lo suficiente como para convertirte en el villano? La historia sería la encargada de juzgarlos, así como el mismo personaje lo señala, pero la gloria de ese instante trascendería en el tiempo.
Murphy, el fiel compañero del director, en una clase magistral de actuación, nos abre la puerta a la mente de un hombre que poco a poco empieza a perder la cordura tras cargar sobre sus hombros el peso de la mismísima muerte. Ya lo señala en algún momento de la película: “siento que tengo sangre en mis manos”. La profecía estaba escrita: ‘el destructor de mundos’, como se autodenominaba, había llegado y no existía marcha atrás.
La elección en el elenco no sorprende para nada, y es que Nolan siempre nos deleita con su élite hollywoodense: cinco ganadores del Oscar –Matt Damon (Leslie Groves), Gary Oldman (Harry Truman), Casey Affleck (Boris Pash), Kenneth Branagh (Niels Bohr) y un Rami Malek (David Hill) que al inicio no pinta mucho pero que se lleva un giro importante en la trama– y otras caras notables que merecen un espacio en las nominaciones del año entrante como Emily Blunt (Kitty Oppenheimer), Florence Pugh (Jean Tatlock) y el maravilloso Robert Downey Jr. (Lewis Strauss), quien se lleva gran parte del filme y destaca en su rol antagónico, logrando –aunque nos duela– desprenderse por fin del entrañable Tony Stark.
“Oppenheimer” fue grabada con cámaras Imax y en el Perú, lamentablemente, hoy solo existe una sala –aún no habilitada– preparada para este formato. A pesar de haberla visto en un espacio regular, la banda sonora siempre es un aspecto por resaltar en la filmografía de Nolan, y aunque esta vez no haya participado Hans Zimmer, Ludwig Göransson ha dejado maravillas en la cinta. El ritmo va subiendo con la misma potencia que la historia y los sonidos acompañan la ansiedad del protagonista como si estuviéramos nosotros mismos dentro de su cabeza –y hasta de su corazón –. Los momentos de las explosiones están estratégicamente colocados para sorprender al espectador y los silencios también juegan un rol fundamental en la construcción de la intensidad. Con ello, está de más decir que, visualmente, es un banquete fotográfico espectacular, con planos tan sencillos, pero tan atractivos al ojo y también algunos mucho más complejos que encapsulan todos los elementos a la vez.
La escena final –y mucha atención con las apariciones de Einstein– es el plomo que me voló el cerebro y estoy segura de que todo el que haya visto “Oppenheimer” sabrá de lo que hablo. Me cuesta un poco, debo admitir, seguir describiendo la experiencia que fue “Oppenheimer” en estas líneas. Hay películas que te dejan así, sacudida y pensando a mil por hora. Pero en vez de seguir buscando las palabras correctas, les dejo una invitación para que vayan ya mismo a verla con la mente bien abierta (hay muchísima información) y un par de cafés bien cargados.
La cadena ha sido iniciada y ya no hay forma de detenerla. ¿Cómo ver el mundo de la misma forma ahora?
*Actualización: Tuve la oportunidad de verla, finalmente, en la sala IMAX recientemente habilitada. Ha sido, como dirían por ahí, una experiencia religiosa. El estallido de las bombas retumba en el pecho y los asientos vibran con cada explosión. Una cosa de locos. Recomiendo si disfrutas de un buen ‘sound mixing’.