Ciertos seres humanos pasan por la vida arrastrados como la hojarasca; otros dejan un fuego que arde a través del tiempo. Felipe Osterling Parodi (1932-2014) pertenece a esa estirpe que imprime huellas imperecederas.
Notable jurista, político honorable, hombre generoso, ‘Pipe’ –como lo llamaban los amigos– partió el último sábado 30 de agosto, Día de Santa Rosa.
Algunos solo lo recuerdan como el presidente del Senado que se pechó con las fuerzas del orden, tras el autogolpe fujimorista del 5 de abril de 1992, que clausuró el Congreso. Él fue mucho más. Poco se recuerda, por ejemplo, su contribución a la restauración de la libertad de prensa en nuestro país, tras la dictadura militar. En junio de 1980 –a propuesta del líder pepecista Luis Bedoya– el electo presidente Fernando Belaunde lo convocó como ministro de Justicia.
El embajador Óscar Maúrtua de Romaña escribe: “Belaunde se había comprometido a ‘no dormir ni una noche en Palacio de Gobierno mientras no se restaurase en el país la libertad de prensa’. Esta medida implicaba la restitución de los medios de comunicación a sus legítimos dueños”. Las confiscaciones estaban respaldadas por decretos leyes que no podían saltarse a la garrocha, como tampoco las funciones del nuevo Congreso, pero Osterling encontró la solución. Esta, como explica Maúrtua, respetaba “principios jurídicos y el carácter restaurador y de respeto por el orden democrático del nuevo gobierno”. Osterling usó “las mismas leyes de la dictadura militar para restituir la propiedad privada y la libertad de prensa”, aplicándose los decretos vigentes para nombrar a los legítimos dueños o a quienes estos designasen como los nuevos directores y gerentes de sus medios. La “fórmula preservaba el orden jurídico y no causaba intromisión por parte del Ejecutivo en las tareas del Parlamento [y] el presidente Belaunde pudo ver cumplida su promesa”.
Pero quizá su gran mensaje se resuma en dos palabras: coherencia y generosidad. En un país donde la cuchipanda y la componenda son pan de cada día –a vista y paciencia de los electores–, debilitando a los partidos y al sistema democrático, Osterling se alejó de la política activa para dar cátedra.
Su propio partido, el PPC, la izquierda y otros grupos participaron en el Congreso Democrático Constituyente (CCD), legitimando el autogolpe y gestó la Constitución “fujimorista”. Osterling se rehusó a ser parte del juego en el que participaron desde Lourdes Flores hasta Henry Pease, pasando por Fernando ‘Popy’ Olivera. Solo el Apra, Acción Popular y él no siguieron la comparsa.
En una de sus últimas entrevistas le comentó a Carlos Castillo, de “Perú 21”, que los partidos no habían aprendido la lección del “injustificable” autogolpe […], “tan es así que decidieron incorporarse masivamente al Congreso unicameral que fue creado por Fujimori para aprobar su Constitución. Yo me rehusé a participar […]”.
Y este señor, enemigo político de Fujimori, tuvo la grandeza de ser uno de los primeros en abogar por el indulto o el arresto domiciliario del ex presidente. “Este hombre –dijo– me causa ahora mucho pesar. Deberían mandarlo a su casa por todos los problemas de salud que pasa […] nos guste o no, fue presidente de la República. Esa es mi reflexión, no para generar debate”.
Sus palabras eran las de un hombre que ya se sabía enfermo y que apostaba por un Perú sin odios ni rencores.