A estas alturas, ya todos sabemos que Venezuela está pasando por una terrible crisis. El problema con escuchar esta misma idea hace tanto tiempo, sin embargo, es que corre el riesgo de convertirse en nada más que un dato genérico y vacío.
Al leer la nota publicada la semana pasada en este Diario sobre los más recientes actos de hostilidad contra venezolanos en el país –que incluyen diversos intentos por parte de municipios de promover medidas como el empadronamiento de venezolanos o colocar límites a la contratación de extranjeros en empresas privadas– pensaba precisamente en cómo se puede comentar estos sucesos sin ser inmediatamente desestimada por haber escrito otro artículo más sobre venezolanos. ¿Cómo remarcar la xenofobia contra los migrantes venezolanos, cuyo país está en crisis, de una manera en que no obtengamos por respuesta un “sí sabemos, nos lo han dicho mil veces”?
Un primer paso sería quizás tratar de entender realmente qué se esconde detrás de este tipo de medidas. Porque sí hay xenofobia, pero ¿qué más hay? ¿Qué lleva a que algunos actos xenófobos busquen caminos institucionales? ¿Cómo podemos hacer para que este tipo de acciones ya no aparezcan?
Un segundo paso, que es el que puedo dar desde este espacio, implica plantearnos esta pregunta: ¿cómo hacemos para que la gente no pierda la sensibilidad sobre la crisis en el país caribeño? O dicho de manera crudísima, ¿cómo hacemos para que la repetición, y el consiguiente aburrimiento, no le ganen la batalla a la empatía?
Quizás una de las opciones es no dejar que la palabra ‘crisis’ pierda textura. Que continuamente busquemos ver más allá de ella y que nos enfoquemos en lo que cobija.
Mis intereses personales me hacen, por ejemplo, enfocarme en las formas particulares que toma la crisis venezolana cuando pensamos en las mujeres. Y para esto resulta muy útil un informe que presentó la ONU en julio pasado sobre la situación de los derechos humanos en Venezuela. Allí vemos, por ejemplo, que la falta de alimentos en el país afecta de manera particular a las mujeres, quienes, al ser muchas veces las jefas de familia o las encargadas de la alimentación, “se ven obligadas a dedicar un promedio de diez horas al día a hacer filas para obtener comida. Fuentes locales reportaron algunos casos de mujeres que se vieron forzadas a intercambiar comida por sexo”.
Otra área clave de la que no se habla lo suficiente es la salud, y en especial la reproductiva. De acuerdo con la ONU, hay una ausencia generalizada de anticonceptivos, que en algunas ciudades sería total. Esto se relaciona con otro dato: desde el 2015 la tasa de embarazos adolescentes se habría incrementado en un 65%. “Esto impacta el derecho de las niñas a la educación, ya que los embarazos son el motivo principal de la deserción escolar entre las adolescentes”. Además, existe en Venezuela “falta de personal cualificado para atender el parto, la falta de suministros médicos”, falta de acceso a atención pre y posnatal, y malas condiciones hospitalarias. Esto ha llevado a que muchas mujeres emigren para dar a luz y ha impactado en las cifras de mortalidad materna.
Tendríamos que hablar también acerca de cómo las detenciones afectan a las mujeres. La ONU da cuenta de “un número creciente de detenciones arbitrarias de familiares, particularmente de mujeres, de presuntos opositores políticos. Sin tener acceso a abogados/as, son interrogadas sobre el paradero de sus familiares y, en algunos casos, son maltratadas y torturadas. […] Además, las mujeres son sometidas a violencia sexual y de género, y humillación en sus visitas a centros de detención, durante operaciones de seguridad y allanamientos de domicilios”.
Por supuesto, esta es solo una manera de ver el problema. Podríamos también pensar en cómo la crisis –esa palabra que puede sonar tan abstracta– se traduce en niños que se quedan en el país a cargo de sus abuelas, mientras los padres inician el proceso de migración. Y podemos pensar en los indígenas, que son más del 2% de la población venezolana, para quienes la crisis tiene también colores particulares.
Sigamos repitiendo que los venezolanos están pasando por una crisis. Pero no dejemos que, a fuerza de costumbre, la frase se vacíe.