Tu pacto me cuesta a mí, por Federico Salazar
Tu pacto me cuesta a mí, por Federico Salazar
Federico Salazar

El último tramo de la campaña electoral se ha convertido en un concurso de compromisos. Cada candidato cree que la suya es la mejor opción según con quien se compromete.

Keiko Fujimori hace compromisos con mineros informales; Pedro Pablo Kuczynski (PPK), con rondas campesinas. PPK firma actas con la CGTP; Fujimori se reúne con pastores evangélicos.

Los candidatos firman actas y dan la bienvenida a sectores, gremios, congregaciones, sindicatos y activistas. Quieren atraer, convocar. También quieren que los veamos en acción, en capacidad de congregar a uno u otro grupo.

Al parecer, creen que la imagen de acordar y pactar se verá como convocar y persuadir. Como si eso fuera una virtud principal.

Una alianza tiene que ver con la consecución de propósitos comunes. Tiene que ver con objetivos compartidos y con la visión de un mismo horizonte.

Lo que vemos ahora no es eso. Vemos pactos con fines publicitarios cuando no propagandísticos. ¿O es que parece consecuente y congruente que PPK firme acuerdos con la CGTP o los cocaleros? En el caso de Fuerza Popular, ¿se podría decir que es una agrupación confesional y evangélica?

A eso se deben los desmentidos, las aclaraciones, los deslindes. “No comparto su opinión sobre la homosexualidad” tuvo que decir Keiko Fujimori sobre el pastor Alberto Santana. Poco antes se habían mostrado ambos de acuerdo sobre el aborto y el matrimonio gay.

“Esto no es una repartija”, tuvo que aclarar Kuczynski, después de reunirse con César Acuña, quien fue excluido del proceso electoral por incumplir con la ley electoral. “Lo importante es que se cumpla la ley”, había dicho PPK en su momento.

Malabares, acrobacias y otros desplazamientos calisténicos se hacen más frecuentes en este concurso de pactos y arreglos. Son estrategias de campaña y cada candidato tendrá que ver lo que le conviene. Lo que interesa al ciudadano común y corriente es, sin embargo, el efecto que tendrá este pactismo electoral una vez que se constituya el gobierno.

Si el candidato cumple con sus promesas, llevará al gobierno a sufragar los costos de ese cumplimiento. Para cumplir se requerirán medidas especiales para grupos especiales, medidas incoherentes entre sí, medidas parciales y sectoriales.

El gobierno, sin embargo, debería enfocarse en lo que interesa a todos los peruanos. No está para servir a grupos determinados, sino para orientar su acción al bienestar nacional.

El gobierno no es el gobierno de un partido, sino que es el gobierno de los asuntos del Estado. Los partidos se organizan para que lleguen al poder un candidato y unas ideas sobre cómo gobernar y qué hacer.

El gobernante puede o no tomar de su partido el apoyo que necesita, pero no es el partido como tal el que está a cargo del gobierno. El mandato es nacional. 

El gobierno no es de un partido y menos de un grupo o sector que ayudó en la campaña. Los ciudadanos debemos fijarnos con quién se junta cada candidato solo para ver qué deudas contrae. A la hora de los pagos no es ni el candidato ni el partido el que asume la cuenta, sino el país entero.

Tenemos que fijarnos en qué ofrece cada candidato para el país entero. Solo eso debería interesarnos. En ese sentido, es clamorosa la falta de visión de Estado que, hasta el momento, han podido exhibir los competidores.

Difícilmente se puede obtener una visión de Estado de un zurcido incoherente de compromisos puntuales y sectoriales relacionados al vaivén de la campaña y las encuestas. Ese zurcido no puede darle al ciudadano una garantía para ejercer el control ciudadano que es esencial al Estado de derecho.

No nos digan a quién lograron convencer. Dígannos a dónde creen que debe ir el país, y cómo. Todavía están a tiempo.