Alonso Cueto

La crisis de fondo de un país se puede detectar en el momento en el que las importan más que las sociedades y los caudillos reemplazan a los jefes de Estado. El fenómeno tribal no ocurre solo en los países subdesarrollados, pues pueden verse casos como los de Berlusconi en Italia o Trump en Estados Unidos. La cultura tribal lleva a la desconfianza en el poder central. Una encuesta de “The New York Times”–Siena College de esta semana afirma que el 58% de los estadounidenses cree que su sistema de (en otras palabras, la democracia) necesita de cambios o de una completa transformación. Las respuestas vienen de ciudadanos de todas las ideologías y las demografías. Por razones distintas, republicanos y demócratas piensan lo mismo. No es algo nuevo. En esa falta de fe en el sistema, la terrible marcha al Capitolio del 6 de enero del año pasado puede ser considerada como el intento de un golpe de estado. Aún hoy muchos republicanos la justifican. Una carrera armamentista como la que se ve en el mundo hoy corresponde también a una división tribal.

En Europa, todos los ojos apuntan a Alemania, a quien el Gobierno Ruso cortó el suministro de gas esta semana en el gigantesco gaseoducto Nord Stream 1, por razones de mantenimiento. Se supone que el servicio se va a restablecer el 21 de julio, pero si se mantiene suspendido, como parte de una respuesta a las sanciones de Occidente, se producirá una escasez de energía el próximo invierno. El Gobierno Alemán ya les dio un consejo provisional a sus pobladores: solo duchas cortas y frías. Es lo que sucede cuando surge una cultura de la tribu, como la de Putin, que le declara la guerra al mundo. Boris Johnson, por su lado, es defenestrado por varias razones; una de ellas, hacer una fiesta en la residencia de gobierno, a la que invitó a su tribu de amigos. Da envidia pensar que quienes lo destituyeron fueron las varias decenas de funcionarios de su propio gobierno.

En el Perú, la familia presidencial, los sobrinos y la cuñada del presidente, así como los chotanos en el Gobierno, también forma parte de esta cultura de la tribu. La cantidad de familiares y “paisanos” en puestos de poder crece cada día. En el Parlamento, pese a la oposición de algunos congresistas, una tribu de distintos partidos destruyó el miércoles la composición de la Sunedu, cuando más hace falta que la educación universitaria responda a valores y exigencias mínimas. Felizmente, algunas universidades y gremios educativos preparan una respuesta legal.

Según declaró José Ugaz esta semana, en una entrevista televisiva, la alternancia de tribus en el poder responde a una práctica común. Es como si cada una dijera que es su turno para comer.

La idea de la tribu es parte de nuestra cultura nacional y viene de ideas como la “collera”, la “pandilla” o la “argolla”. En un mundo de poca confianza entre las personas, su origen se debe a la búsqueda de un “hermano” o “compadre” que sea de fiar (“¡Cuídate del leal ciento por ciento!”, escribió Vallejo).

La palabra “tribu” viene de la división de los romanos en tres partes que hizo Rómulo, el fundador. De allí vienen palabras como “tributo” y “tribunal”. También, “tridente” y “trivial”. Luego se aplicó a grupos regidos por familias, en una situación previa a la conformación de un estado.

Un país dominado por sus tribus está en desgracia: responde a los intereses del grupo antes que a los de la sociedad, pues viven de espaldas a ella. Es la historia de siempre.

Alonso Cueto es escritor