En una de las paredes de la cancha principal de entrenamiento del club Corinthians, en las afueras de Sao Paulo, hay una gigantografía en blanco y negro de Paolo Guerrero festejando eufórico y ganador su golazo de cabeza ante el Chelsea por la final del Mundial de Clubes. Es un santuario deportivo para los más queridos, el improvisado altar para los futbolistas que tienen palabra de misa. Guerrero es el delantero más cotizado en Brasil, pero también un hombre que vivía con sobredosis de afecto por una torcida que alababa fiel su apetito goleador. Hoy Paolo prefiere irse sin apretón de manos por diferencias económicas inmanejables, incluso, para uno de los equipos más poderosos de Sudamérica. En el Arena do Corinthians ya no habrá homenaje en su retiro, ni cánticos para recordarlo. No tendremos más devotos visitando gozosos esa imagen triunfal del ‘9’ peruano. La alegría de una foto en alta resolución puede opacarse por un ingrato final donde todos los protagonistas de la triste escena están fuera de foco.
¿Los futbolistas peruanos prefieren el dinero o la gloria?, pregunté veloz en la red social Twitter. Mi agitado sondeo acabó con un noventa por ciento de cibernautas aceptando que un jugador local antepone el contrato jugoso antes que la más soñada de las vueltas olímpicas. Si Paolo Guerrero no excedía los límites tolerados por la alcancía del Corinthians, podría haberse retirado en uno de los tres clubes más populares de Brasil. Se habría ido agasajado, con especiales de televisión y mensajes miles del hincha nunca tan agradecido. Quizá con un futuro como dirigente o como director técnico, quién sabe. Su atropellada salida devasta cualquier opción de romance perpetuo. Paolo dijo que no, cuando el Corinthians más lo quería. Y de ese tipo de rechazos no hay punto de retorno, el fútbol es un repetitivo reciclaje de corazones rotos.
Lionel Messi y Diego Maradona son incomparables en fondo y forma pero si algo los podría unir es que ambos desde niños declaraban que su gran sueño era ser campeones del mundo. Este desencuentro de Paolo Guerrero con el Corinthians no está para fáciles sentencias pero sí para abrir extensas discusiones. ¿Cuántos futbolistas peruanos soñaron siendo niños con su primera vuelta olímpica? El siempre mal recordado Andrés Mendoza una vez, molesto ante el acoso de preguntas, tropezó con una ley laboral en medio de un análisis futbolístico: “Juego mejor con mi club porque ellos me pagan”, dijo iluminado. Págame pues, cobro luego existo.
El deteriorado ritmo de competencia internacional que tenemos también puede ser la consecuencia de una definición de prioridades. Miles de 'calichines' peruanos sueñan con el carro, ropa de marca y casa (en ese orden) antes que la gloria deportiva. Miran el fútbol como un millonario seguro de vida y no como la gratuita posibilidad de ser inmortales.