En el Perú, algunos problemas nunca llegan a resolverse y se convierten en parte de nuestro acervo cultural; entre otras razones, porque los intentos de cambio se acercan más a ese equilibrio perverso de lo que algunos llaman ‘lampedusismo’.
Una mejor manera de graficar lo que menciono es ese principio expuesto a menudo como ‘cambiar todo para que nada cambie’. O sea, la inercia perversa. Este principio, también conocido como ‘gatopardismo’, alude a la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, llamada justamente así: “Il gatopardo”. En esta, la clase aristocrática luchaba por mantener el equilibrio de sus privilegios a través de cambios –cosméticos– inevitables, a cambio de no afectar el núcleo mismo del cambio.
Convengamos que no siempre es fácil identificar a la ‘madre del cordero’ cuando de soluciones se trata, pero también es cierto que los problemas complicados suelen diluir su complejidad vía su descomposición en partes distintas, tal y como lo sugería Descartes.
Uno de esos problemas complicados que varias veces ha caído en la fórmula del ‘gatopardismo’ o ‘lampedusismo’ es, sin duda, la corrupción. Ya hemos llegado, incluso, a justificarla en base a un cinismo procaz vía frases como ‘roba, pero hace obra’. Y es que, seguramente, muchas cruzadas nacionales en contra de la corrupción lucen comprometidas, decididas… finales. No obstante, terminan por mantener el status quo.
Y esas cruzadas fracasan, en parte, porque adoptan iniciativas que lucen como ‘buenas prácticas’ sin maridarse con el entorno local. Por ejemplo, existen estudios que explican que las soluciones basadas en la modificación de conductas sin incentivos claros son poco efectivas: ¿de qué sirve un código de ética con conductas sugeridas si no tiene ‘enforcement’, autocumplimiento?
Por ello, el mismo estudio explicaba que las soluciones más efectivas son las estructurales, las que tienen que ver con el entorno donde se producen las conductas. Y, en ese sentido, la digitalización tiende a modificar el ‘core’, el núcleo mismo de las estructuras.
Así pues, una medida tan simple como digitalizar la tramitología vía papel –las llamadas acciones ‘cero papeles’ o ‘paperless’– es contundente respecto a eliminar una de las causas de la corrupción –al menos la pública–: la opacidad y la discrecionalidad elástica.
Porque el ‘papelito manda’ nos retrotrae a una de esas leyes no escritas que se vinculan con el abuso de poder, la excesiva discrecionalidad y, eventualmente, la gestión de regalos y ofrendas. En la medida en que la tramitología pública tenga menos intervención del lápiz y el papel, de la manipulación, menores las posibilidades de torcer las vías regulares.
La supresión del papel es una medida simple y efectiva que reduce los fallos humanos –los involuntarios y los venales– y supone una estandarización que redunda en eficiencia y ahorro.
Además, ¿se imagina usted cuánto dinero se ahorraría en el Perú si en todos los ministerios se empezara una migración a documentos digitales (EDI)?
En un contexto de crisis económica, estos son los tipos de iniciativas que podríamos llamar divinos. Aunque, claro está, su implementación requiere de la consabida voluntad política.
Es verdad que, en el Perú, gracias a la implementación de la firma digital, la factura electrónica y otras iniciativas que caen dentro del ‘paperless’, algo se ha avanzado para desincentivar conductas opacas. Pero aún son pocos los avances. Sobre todo, porque, para atacar la pepa del problema y no quedarnos en la mera cáscara, necesitamos desmantelar el entorno que favorece la manipulación, y ese es el ‘papelito’.
En casi un mes, tendré el gusto de charlar sobre este tipo de iniciativas en un evento organizado por la Cámara de Comercio de Lima y su Comisión de Integridad, así que le invito a sumarse a mi cruzada a favor del ‘paperless’ ahí mismo.
Ese evento puede ser una buena oportunidad de impulsarlo y romper con el ‘gatopardismo’. ¡'Inshala’!