Hay un político que ha estado pasando piola en estas últimas semanas en las que nuestra atención ha estado fijada en el cierre del Congreso, en discusiones constitucionales y en los destapes del Caso Odebrecht: el alcalde de Lima, Jorge Muñoz. Y es que aún seguimos esperando las estadísticas que demuestran que el ‘pico y placa’ funciona.
Como recordamos, ese plan fue implementado sin estudios que lo sustenten, debate público o adecuada preparación. Cuando empezó, pocos sabían bien por dónde iba y a qué hora empezaba. Peor aún, para introducirlo el alcalde se colgó del entusiasmo que suscitaban los Panamericanos, dejando entrever que solo duraría mientras durasen los Juegos. De hecho, aún podemos ver, en las vías intervenidas, carteles que dicen que los automovilistas “también juegan los Panamericanos” con su número de placa. Pero no era así. Muchos solo nos enteramos de que el plan iba a ser permanente cuando, en plena implementación, la prensa dio la noticia (que no hubiese sido tal si hubiese estado claro desde el principio).
Cuando el alcalde se vio confrontado con las críticas y las consecuencias de tanta improvisación (choferes desinformados, la necesidad de excluir la Av. Canadá, congestión brutal en La Molina y en las vías alternativas a las intervenidas), respondió diciendo que él no se guiaba por opiniones ni experiencias personales. No. Que él se iba a guiar por las estadísticas. Muy bien, señor alcalde. ¿Dónde están esas estadísticas que demuestran que es una buena idea congestionar calles para descongestionar avenidas? ¿De qué tiene sentido ahorrarse 20 minutos en una vía intervenida para perder 40 en las demás? Ya vamos tres meses y nada. Se ha hecho el desentendido hasta con la línea de base y los resultados esperados que debió tener cuando propuso embarcar a la ciudad en un plan tan audaz.
A pesar de esto, ahora habla de extender el ‘pico y placa’ a los vehículos de carga. ¿Habrá el alcalde aprendido de sus errores y ahora sí tendrá los estudios que sustentan su propuesta? Si los tiene no los muestra. Y aquí sí no hay transporte público o taxis que mitiguen el impacto de la prohibición. Un mal diseño hará que el costo de distribución aumente e impacte negativamente en la economía de la ciudad; es decir, en el empleo y los salarios de los limeños.
Hay gente que piensa que, en el fondo, este es un problema entre usuarios de transporte privado y usuarios de transporte público. Entre clases sociales. Entre privilegiados y desafortunados. Yo no. Basta un poco de reflexión para entender que la congestión nos afecta a todos, y muy probablemente, más a quienes usan transporte público (que es más lento). Nadie merece un transporte como el de Lima, pero menos aún, medidas improvisadas que lo empeoren.
Para mí, el hecho de que hasta hoy el alcalde no haya demostrado con datos que el ‘pico y placa’ funciona (lo que acallaría a sus críticos y sería extremadamente favorable para él y su partido) es un serio indicador de que las ganancias de unos no compensan las pérdidas de todos los demás. De que las únicas estadísticas que está mirando son las de su popularidad. Y que las otras, las que sirven para mejorar la vida de los limeños, le tienen sin cuidado.