Un gran revuelo se ha armado tras la aprobación de un dictamen en la Comisión de Constitución del Congreso que acabaría con las elecciones primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO). Estas elecciones servirían para que la ciudadanía participe en la designación de los candidatos presidenciales de los partidos. Se supone que, de esta manera, se les quita poder a las cúpulas partidarias y el sistema se hace más democrático. Puede ser, pero hay razones para ser escépticos.
La primera es que el electorado no se caracteriza precisamente por la estabilidad de sus preferencias. El candidato por el que los simpatizantes de un partido votan hoy en las PASO no es necesariamente el candidato por el que querrán votar tres meses después en las elecciones presidenciales. ¿Cómo lo sabemos? Porque sucede todo el tiempo. Se elige un presidente, y a los seis meses la gente y hasta los analistas que, se supone, miran las cosas desapasionadamente comienzan a pedir un adelanto de elecciones. Lo que podría suceder gracias a las PASO es que el desencanto con el candidato que finalmente resulte elegido presidente comience aun antes de que asuma el mando.
Que las PASO les quitarían poder a las cúpulas partidarias es indudable. Pero que eso sea bueno para la democracia es discutible. Los partidos son a la política lo que las empresas son a la economía. A nadie se le ocurre que los gerentes de las empresas sean designados por sus clientes o los gerentes de los bancos por sus ahorristas. Las empresas y los bancos tienen sus propios procedimientos para designar a sus gerentes. Son, digamos, las “cúpulas accionarias” las que los designan. Esas cúpulas, sin embargo, tienen los incentivos correctos. Si eligen bien, la empresa prospera; si eligen mal, puede quebrar.
A pesar de que el poder reside, en última instancia, en una cúpula, la empresa privada es una institución exitosa. Desarrolla y guarda conocimientos técnicos y comerciales que pone al servicio del público en la forma de bienes y servicios cada vez más variados y accesibles. ¿Qué nos hace pensar que el poder de las cúpulas es bueno para un tipo de organización y no para otro?
Si les quitamos poder a las cúpulas partidarias, ¿quién dedicará su tiempo y esfuerzo a difundir una doctrina, a elaborar un plan de gobierno digno de ese nombre, a formar cuadros políticos? ¿Los electores que participaron en las PASO? La participación ciudadana en la designación de candidatos será una victoria pírrica para la democracia –para la peruana, específicamente– porque vaciará a los partidos de contenido. Sin una doctrina que defender, qué más da comercializar la franquicia.
La pregunta es cómo llegamos adonde queremos ir; o, más bien, cómo regresamos. Hemos tenido en el pasado partidos que podíamos llamar doctrinarios. El voto preferencial, que también se ideó como una manera de limitar el poder de las cúpulas, ha sido quizás el factor que más ha contribuido al descalabro de los partidos, pero ciertamente no ha sido el único. Hay que examinar las reglas electorales –¿cómo se forman y cómo se mantienen vigentes los partidos?– para encontrar la respuesta. Mucho nos tememos que las PASO no serían más que un paso en falso.