Todo el mundo sabe, a estas alturas, qué cosa es el PBI: el producto bruto interno, el valor de todos los bienes y servicios que produce el país en un período determinado, la manera usual de medir el tamaño de una economía. El PBI y su tasa de crecimiento se han vuelto un tema de conversación tan familiar que los economistas, preocupados quizás porque los diplomas obtenidos con tanto esfuerzo pierdan lustre y valor, han venido introduciendo al mercado productos más sofisticados: el PBI potencial y su derivada, el crecimiento potencial.
Como el teléfono celular, el concepto del PBI potencial ha tardado décadas en llegar del laboratorio a las manos del consumidor. El economista Arthur Okun, profesor en ese entonces de la Universidad de Yale y más adelante jefe del Consejo de Asesores Económicos del presidente Johnson, lo definió en 1962 como lo máximo que una economía puede producir utilizando todos los recursos a su disposición. Es el PBI en condiciones no solamente de pleno empleo, sino también de plena utilización de la capacidad instalada de las fábricas, los campos, la infraestructura y demás.
Uno pensaría que nuestros economistas han calculado las horas de trabajo que la fuerza laboral puede desplegar y el capital acumulado a lo largo de los años, así como la productividad de una y de otro, para llegar a una estimación del PBI potencial. Uno pensaría, también, que han proyectado el crecimiento de la fuerza laboral, la acumulación de capital mediante la inversión y el aumento futuro de la productividad para decirnos que nuestro crecimiento potencial ha caído del 6% al año en épocas pasadas al 2% o 3% en la actualidad.
En la práctica, no es así como se calculan el PBI potencial y el crecimiento potencial. Okun asumió que la tasa de desempleo era un indicador de la “brecha del producto”, la diferencia entre el PBI real que registraban las estadísticas oficiales y el PBI potencial. Para medir el PBI potencial, multiplicaba por tres lo que consideraba un exceso de desempleo –cuánto por encima del 4% estaba la tasa de desempleo– e incrementaba en ese porcentaje el PBI real. El resultado era un subibaja que contradecía la idea de una capacidad máxima de producción que crecía gradualmente a lo largo del tiempo. Había que suavizar, de alguna manera, la curva.
Hoy en día, los bancos centrales que usan la brecha del producto como guía para la política monetaria –para decidir si suben o si bajan la tasa de interés– calculan el PBI potencial y su crecimiento extrapolando el PBI real de los últimos equis años. Es una medida retrospectiva. Decir que el crecimiento potencial ha caído no es otra cosa que decir que la economía ha estado creciendo menos de lo que crecía hasta hace algunos años. No aporta nueva información. No dice nada, en particular, sobre el futuro; salvo que, si el futuro se parece al pasado reciente, vamos a seguir creciendo menos.
La pregunta, entonces, es cuánto se parecerán el pasado y el futuro. Y la verdad es que no sabemos. Las tendencias cambian antes de que los economistas se den cuenta.