La incertidumbre reinante tiene hoy más que ver con cuáles serán los lineamientos del gobierno del profesor Pedro Castillo que con quién va a ser el gobernante que proclame el JNE. Ante la incógnita, leemos análisis especializados, columnas de opinión, conversamos con amigos y colegas e intentamos interpretar señales ambiguas. Cartografiamos el posible sentido de lo desconocido como los antiguos navegantes, cuyos mapas reflejaban no solo sus descubrimientos –las líneas de las costas–, sino también lo aún incierto –”terra incógnita”–. Incluso sus más viscerales miedos –”hic sunt dracones” especulaban; acá debe haber dragones–. Cuando la realidad finalmente se revela, suele ser menos grave que nuestro miedo –no hay dragones, o los que hay son inofensivos, como el “draco volans”, reptil volador de 12 cm de Indonesia–; aunque de vez en cuando el miedo se materializa, y unas poquísimas veces termina quedándose corto ante la realidad.
Hoy hay mapas de sentidos para todos los gustos: desde amagos de optimismo ante una supuesta moderación –circula, mientras escribo, la versión de un gabinete estilo Humala– hasta la especulación apocalíptica de una longeva tiranía comunista. Así las cosas, ¿qué conjetura educada resulta razonable?
El frente externo, por lo pronto, será muy positivo: el rebote pospandémico propiciará, como todos los reseteos de la humanidad, euforia en inversión y consumo. El cambio tecnológico (autos eléctricos) ya viene disparando la demanda y el precio del cobre. En lo interno hay elementos estructurales mixtos: bono demográfico (mayor población productiva) pero también masiva informalidad (75%+), Estado ineficaz (13.02.21) y déficit de infraestructura (más de US$ 100.000 millones ). Lo coyuntural es más problemático de predecir. Me arriesgo a decir que la ortodoxia monetaria está segura: si Julio Velarde no acepta quedarse en el BCR, Óscar Dancourt sería un sucedáneo competente. Pero todo lo demás es aún contingente: ni siquiera es seguro Francke (menos Segura) al mando del MEF, y Cerrón sigue dando vueltas en el entorno del profesor con su pesada mochila ideológica y penal. Sería ingenuo apostar que la gestión gubernamental será necesariamente técnica y/o moderada.
Pero sería ingenuo también asumir que la izquierda podrá llevar a cabo su plan maximalista: si lo urgente es formar gobierno, lo importante es reconstruir el país tras la debacle vizcarrista (muertos y recesión), y la carta de la Asamblea Constituyente es improbable porque (i) no tiene viabilidad jurídica; (ii) no genera consenso político; y (iii) no tiene mayoritario apoyo popular. Sería poco sostenible (y muy inmoral) refundar una república con la mayoría de una segunda vuelta (la mitad más uno). A eso habrá que sumar rivales políticos implacables: un inflamado López Aliaga enseñoreado en Lima y una Keiko Fujimori en versión Reina de la Noche de “La flauta mágica” de Mozart: “la venganza del infierno se cocina en mi corazón”. Si bien los conflictos sociales por recursos naturales (sobre todo en el sur) empujarán a Castillo hacia la izquierda, la movilización urbana nos muestra una vez más que el Perú no es Chile: la protesta no es privativa de la izquierda (03.07.21).
¿Cómo gestionar tan complejo escenario? “Nunca debes confundir la fe en que prevalecerás al final con la disciplina para confrontar los más brutales hechos de tu realidad actual”, sostuvo el almirante norteamericano James Stockdale, veterano de la guerra de Vietnam y prisionero por siete años y medio. Stockdale nunca perdió la fe en que terminaría algún día su torturado cautiverio, pero, a diferencia de sus compañeros optimistas –que fantaseaban con rescates en fechas próximas (Navidad, Semana Santa, etc.)– nunca dejó de autoexigirse resistir la adversidad de cada día para llegar entero al día de su liberación. A esta combinación de certeza (en un final favorable) y escepticismo (sobre su inminencia), la llamó Jim Collins, el gurú de la gestión organizacional, “la paradoja Stockdale”.
Conviene que todos los demócratas y todos los creadores de riqueza –trabajadores, emprendedores, innovadores, empresarios– apliquen esa máxima actitudinal, base del pensamiento disciplinado, según Collins: estar listos para un entorno complejo, adverso en muchos sentidos, pero también seguros de que lo peor –la dictadura que añoran e intentarán perpetrar los Cerrones y Bermejos– no ocurrirá, no solo porque no parecen estar alineados los factores claves para ello, sino también porque depende de nosotros no permitirlo.
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