Mortificada por el exceso de sinceridad (o la metida de pata) de su ministro de Economía, quien había reconocido la manifiesta debilidad de este gobierno, la presidenta Dina Boluarte salió a refutarlo de inmediato. “Tenemos grandes amigos en las bancadas”. “No somos un gobierno débil”, afirmó, muy convencida de lo que decía. En realidad, José Arista no hizo más que admitir lo obvio, pero que lo diga un propio integrante del Gabinete gatilló reacciones de la mandataria y de algunos ministros boluartistas.
Dado que la jefa del Estado considera que la amistad, real o interesada, es sinónimo de fortaleza política, vale la pena hacer un recuento de quiénes son o han sido sus principales aliados.
Las primeras juntas que le conoció la opinión pública fueron sus compañeros de fórmula, Pedro Castillo, hoy preso por golpista, y Vladimir Cerrón, hoy prófugo por corrupto.
Posteriormente, el abogado que la salvó de una denuncia constitucional se convirtió en su principal aliado cuando llegó al poder. Alberto Otárola mantuvo una relativa estabilidad como primer ministro, hasta que una conversación melosa y ronroneante lo sacó del juego. El Gabinete quedó acéfalo tras una empalagosa conversación que delató, además de su interés por los gatos, una posible contratación irregular en el Estado.
Tras la caída de Otárola, dos gobernadores regionales, César Acuña y Wilfredo Oscorima, se han convertido en los principales soportes visibles de Boluarte. Ambos son asiduos concurrentes a Palacio y a cuanto ministerio les plazca visitar. Uno tiene bancada propia. El otro “presta” relojes y pulseras. A uno la presidenta lo proclamó “papá de La Libertad”. Al otro lo invistió como el primer ‘wayki’ de la nación.
No es cuestión de que un presidente tenga “grandes amigos” para que su gobierno sea fuerte. Lo que debe importar son los criterios para seleccionarlos. Esa es la gran debilidad de Boluarte.