Se trata de un modo de pensar cuyo gesto primordial es la toma de distancia respecto a la opinión dominante, aquella que prevalece en una comunidad aun cuando no esté debidamente fundamentada. El pensamiento crítico se alimenta del avance de la ciencia, a la que impulsa, y del retroceso del dogmatismo, al que arrincona, fomentando un diálogo abierto donde los participantes renuncian a la idea de tener la “última palabra”, pues están comprometidos con la escucha y la permeabilidad a las razones del otro. Entonces, la autoridad deja de ser vista como una garantía infalible de la verdad para ser percibida como resultado de un debate en el que se intercambian razones y experiencias.
La debilidad del pensamiento crítico en nuestro país se manifiesta en la fuerza del autoritarismo y en la tendencia a “naturalizar” la realidad. Es decir, a creer que las cosas no pueden ser de otra manera. Esta situación tiene raíces muy hondas que remiten, al menos, al anhelo de una autoridad fuerte y a la desconfianza del pensamiento propio. El conservadurismo elogia las cadenas como garantías que hacen casi imposible la desavenencia, el conficto y la lucha civil.
El liberalismo y la ciencia moderna llegaron al Perú a fines del siglo XVIII. Toribio Rodríguez de Mendoza fue el precursor y divulgador de esta manera de pensar. En la reforma del plan de estudios del Convictorio de San Carlos –en esos años la institución educativa más prestigiosa del Virreinato–, propuso reemplazar a Aristóteles por Newton, como fundamento de una visión del mundo construida en base a la experiencia verificable en vez de la asunción pasiva de verdades supuestamente eternas.
Mucho trabajo le costó a Rodríguez de Mendoza lograr los cambios que pretendía. Además, su triunfo fue parcial y reducido a una élite intelectual. Las autoridades virreinales, civiles y eclesiásticas dieron su conformidad al cambio, pero en realidad lo sabotearon. Actitud característica del “despotismo ilustrado” de los reyes borbones en su afán por un progreso encapsulado en el mundo de los privilegios. En la lucha contra el avance del racionalismo en el Perú, trataron de controlar sus efectos democráticos y subversivos a través de la censura y fiscalización inquisitorial de la producción de los intelectuales.
La reforma en el plan de estudios tenía como complemento la importación de un gabinete científico. Un conjunto de instrumentos (telescopio, microscopio, mapas, espejos, etc.) que permitirían dar a la enseñanza de la ciencia un fundamento experimental. No obstante, el arzobispo de Lima, Domingo González de la Reguera, se opuso eficazmente a la importación del gabinete, así que la enseñanza de la ciencia no fue motivadora, quedó restringida a la tiza, el pizarrón y la memoria. Los contenidos podrían haber cambiado pero el método de enseñanza seguía siendo el mismo. Era una enseñanza abstracta y dogmática, que no estaba basada en la demostración experimental de la teoría sino en la creencia en su verdad a partir de la confianza ciega en la autoridad que la promueve.
La desconfianza o el desinterés en el experimento, junto con la entrega a la autoridad vigente, son características de las maneras de pensar y actuar que se han consolidado en nuestro país. Por ello, no debe sorprender la escasez de producción científica y el aferrarse a la tradición como fuente de verdad. En el campo particular de las ciencias humanas, la consecuencia es el dogmatismo y la debilidad de la investigación empírica. Se reproducen estereotipos que dificultan cualquier acción inteligente.
Un buen ejemplo es la polémica sobre la marcha del Movadef. Aquí predomina la idea de que los senderistas son ‘esencialmente’ terroristas, por lo que cualquier acción que emprendan estará orientada a reemprender las acciones violentas con las que pretendieron llegar al poder. Se inicia una competencia para ver quién es más duro en sus apreciaciones y políticas sobre el Movadef. Cualquier perspectiva que trate de comprender los motivos y el significado de la acción de Sendero Luminoso es tachada de cómplice, pues lo que vale es condenar y no hay nada que entender.
La debilidad del pensamiento crítico es responsable de la escasa disposición que tenemos los peruanos por revisar y comprender nuestro pasado. Lo que implica que aprendemos muy poco, de manera que apostando por el cambio no hacemos más que continuar en el camino de siempre.