Durante mucho tiempo la idea de hacer ciencia se basó en la expectativa de reducir la complejidad a través de prescindir de aquello que no aparece como importante, o, lo que termina siendo lo mismo, identificando lo realmente significativo en una situación. El ejemplo más brillante de este ideal de ciencia es el modelo del sistema solar producido desde la física newtoniana: un conjunto de astros que, sujetos a la ley de la gravedad, se mueven tan regularmente como un mecanismo de relojería. Así quedó fijado el ideal de la ciencia: explicar, gracias a leyes simples, los múltiples fenómenos que distraen nuestra percepción.
Entonces se inaugura el programa que inspiró el desarrollo de la ciencia moderna: la búsqueda de leyes o regularidades pensadas como el fundamento último de la realidad. Se dejan de lado las ideas de tiempo y casualidad, tan próximas a la experiencia humana, pues se consideran como ilusiones que ocultan la realidad del determinismo y la repetición que se postulan como el fundamento de cualquier sistema. Este programa que orienta el desarrollo de la ciencia va conquistando, poco a poco, diferentes territorios. Con Darwin pareció triunfar en el campo de las ciencias de la vida. Y surgió entonces la expectativa de que tendría que ocurrir lo mismo en el abigarrado campo de los fenómenos humanos. El caos sería solo una percepción que resulta de la ignorancia de las regularidades esenciales cuyo conocimiento permitiría unificar lo que aparece como múltiple e inconexo. Quizá fue el marxismo la teoría social más exitosa en producir la anhelada simplificación. Insistiendo en la economía, los intereses de clase y la evolución tecnológica como los únicos factores realmente importantes para explicar el conjunto de la historia.
Pero en los últimos años el ideal de ciencia ha cambiado radicalmente. La ciencia contemporánea nos dice que no se puede prescindir del tiempo y del azar. Las leyes deben servir para elaborar narraciones. La historia de la vida ya no se concibe como una evolución lineal en que la sobrevivencia de los mejores individuos marcaría la pauta del futuro de la especie. Ahora se tiene en cuenta la irrupción del azar, como fue la caída del cometa que envenenó la atmósfera para esa especie tan exitosa como eran los dinosaurios. Lo simple no puede explicar lo complejo. El caos no solo es una percepción sino también, y fundamentalmente, lo complejo de la realidad.
Entonces el desafío es pensar la complejidad. No basta decir que la situación es tan caótica y falta de reglas que no hay nada que razonar, y que estamos abandonados al puro azar. Tentación a la que es fácil ceder en vista de los resultados de la jornada electoral del domingo. No basta decir que hay una gran brecha entre las normas y las realidades, que vivimos en el caos. De hecho, hay un orden en el caos, de manera que no vivimos en un puro desorden, sino en un sistema complejo y desequilibrado cuya dinámica debemos conocer mejor para influir sobre la realidad.
Por ejemplo, se ha hecho claro que la mayoría de los electores puede votar por candidatos que “roben pero que hagan”. Hay pues una licencia para transgredir que es una expectativa de complicidad, ya que de esos candidatos no se espera una acción fiscalizadora. Mucha gente prefiere la informalidad, tiene miedo a un orden legal. Además, está claro que la licencia para robar tiene sus límites. Si la autoridad los excede, pierde legitimidad. Y hay también una eficiencia mínima requerida. Por otro lado, en contra del ideal de integración nacional, han aparecido propuestas abiertamente segregacionistas como la de Madeleine Osterling en San Isidro y Walter Aduviri en Puno. En ambos casos se trata de replegarse sobre lo que conviene poniéndose de espaldas al ideal de fraternidad que es la vocación oficial de la nación peruana. Y estas propuestas han tenido bastante acogida, hecho que revela el peso de la fragmentación social.
Las teorías del caos nacen cuando las ciencias “duras” toman conciencia de que la simplicidad no puede ser su horizonte último, pues la realidad es demasiado compleja e histórica para ser conocida a base de modelos simples y atemporales. Con mayor razón en el campo de lo humano, y especialmente en un país como el Perú, debemos adentrarnos en la complejidad, desentrañar la lógica que está detrás del caos.