En enero de 1533 una veintena de jinetes al mando de Hernando Pizarro llegó al templo de Pachacámac. Desde la víspera en la que pernoctaron en Armatambo, en las faldas del actual Morro Solar, los indígenas esperaban la furiosa reacción del Señor de la Tierra, tal vez un gran movimiento sísmico. Pero nada de ello ocurrió y, atado a la cincha del caballo del propio Pizarro, el ídolo de madera con dos caras fue arrastrado y quemado. Así concluyó una influencia religiosa hegemónica por 1.500 años que irradió imágenes rituales e incluso idioma, pues se afirma que el protoquechua se habló en la zona de Lima antes que en otros lugares. Pachacámac tuvo una larga historia, desde el primer Templo de los Adobitos del siglo I hasta el Templo del Sol, erigido por Túpac Yupanqui en 1470.
Milagrosamente, el conjunto superpuesto de influencias Chavín, Wari, Lima, Ichma e Inca en sus varios templos sobrevivió a la Colonia y a la expansión republicana, y aún puede verse desde la carretera y frente a sus islas sagradas, pues sus áreas cercanas, como la que lleva hacia Villa El Salvador, han sido resguardadas.
Pero ahora un nuevo proyecto se presenta amenazando lo preservado. Como la burocracia quiere reapropiarse del Museo de la Nación en el núcleo cultural de Javier Prado para ocuparlo con sus escritorios, se presenta como pretexto construir otro Museo de la Nación en Pachacámac. Y la cuestión fundamental es, ¿acaso el Museo Nacional Egipcio fue construido en la llanura de las pirámides para destruir su conjunto visual? Ciertamente, Zahi Hawasss, el mayor arqueólogo y egiptólogo del mundo, no lo permitiría. ¿Es que el Museo Arqueológico Nacional de la India fue edificado sobre los templos de Khajuraho o en Agra y el Taj Majal? ¿El gran Museo Arqueológico de México se eleva en la Calle de los Muertos o en la Pirámide del Sol en Teotihuacán? ¿Tal vez el museo histórico de China se ha construido al lado de la tumba del primer emperador y sus soldados de terracota en Xi’an, o el de Grecia en Delfos o en Micenas?
Claro que no. En cada uno de esos lugares se alza un pequeño museo de sitio que respeta la visión integral de la zona y sus construcciones. Los grandes museos están en las capitales y no en vano, pues en ellas se cuentan con todas las facilidades de desplazamiento. Coincido con Álvaro Roca Rey, ex director del Museo de la Nación, en que este no debe ser dañado, como se ha hecho al ser usado como sede para las citas internacionales. La solución es construir el Centro de Convenciones que Lima no tiene. O, si se quiere, un museo en la ciudad. Pero aquí lo que se propone es elevar un conjunto de bloques de concreto al lado de los templos de Pachacámac. Un proyecto al estilo del gobierno militar 1968-1980; es decir, estilo ‘pentagonito’ o Petro-Perú que subordinará visualmente la zona arqueológica, alterando su conjunto.
Así, lo que Hernando Pizarro y sus huestes no hicieron, lo que el crecimiento de las haciendas y las urbanizaciones no logró, lo consumará el ministerio llamado a preservar y promover la cultura del Perú: destruir Pachacámac. ¿Le otorgaría el CIRA este mismo ministerio, de ser un proyecto privado? ¿Qué opinará la Unesco?