El uso de las fuentes en las rutinas periodísticas va más allá del quehacer. Son parte esencial del ser de esta profesión, es un derecho y un deber irrenunciables, sin ellas no podemos cumplir las reglas de veracidad que exige toda información de calidad ni garantizar el pluralismo informativo. Porque son las fuentes, afirma Glasser, L. (1992), las que proporcionan no solo el sentido y contenido de la información, sino además la argumentación y las posteriores reacciones, rechazos y críticas. Estas, si son las adecuadas, proporcionan el equilibrio porque entregan diferentes miradas y enfoques de los hechos narrados, y contribuyen a comprender mejor las historias.
Sin las fuentes no se puede cumplir esa rutina diaria de ir a la búsqueda de la verdad como una actitud ética de los periodistas, ni lograr esa objetividad en la que el periodista deja sus juicios previos para adecuarse a la realidad comunicada. Las fuentes ayudan al periodista a definir su fin fiscalizador, mediador y vigilante de la vida pública; y, tal como afirma la profesora chilena María José Lecaros, también coadyuvan en el rol adversarial (‘adversory role’), por lo que los medios de comunicación mantienen un permanente argumento en contra de lo propuesto y difundido por el poder político. Construir, a través de las fuentes, posturas diferentes, pero prudentes, resultará beneficioso para los ciudadanos que necesitan conocer cómo se administra el dinero público, por ejemplo.
En el discurso escrito, en video y en imágenes, lo dicho por las fuentes se enlaza para construir formatos (reportajes, notas informativas, entrevistas, etc.) interpretativos que llevan al debate y a la controversia sobre el origen y las consecuencias de determinados hechos. Los periodistas se convierten en un vehículo para proporcionar este intercambio de ideas y el periodismo de investigación encuentra en esta rutina un método eficaz y valiente para cuestionar las acciones de los funcionarios del gobierno de turno.
Por todo ello, el periodista, desde la perspectiva del ser y quehacer de la profesión, establece un nexo, un acuerdo de confiabilidad, confidencialidad y de respeto con la fuente que no se puede romper, lo que significa que no se puede revelar si el caso lo requiera. Independiente de la postura jurídica, hay que proteger las fuentes porque son parte se ese compromiso ético que exige la profesión porque ellas nos acercan a la verdad y, por consiguiente, a través de ellas se “amplía el campo de la libertad”, subraya Lecaros.
De ahí que resulta preocupante y peligroso para la profesión periodística que el Ministerio Público le exija, como se ha difundido, al periodista Gustavo Gorriti levantar el secreto de las comunicaciones como parte de una indagatoria iniciada a raíz de las declaraciones del exasesor Jaime Villanueva. El pedido, como es evidente, quiebra la protección del derecho a no revelar las fuentes, y bien ha hecho el Consejo de la Prensa Peruana y otras instituciones afines en pronunciarse en contra.
Recordemos que el periodismo de investigación y sus rutinas de contraste y verificación diligente y paciente es el que les ha seguido los pasos a las gestiones corruptas de los presidentes y funcionarios en las últimas décadas. Y son los periodistas, a través de sus reportajes, los que han puesto en evidencia las mentiras y los dobles discursos de nuestros gobernantes.
Nuestra función fiscalizadora legitima nuestro trabajo diario y fortalece la misión que tenemos en una sociedad libre y democrática.