“Cuando estás con Dios, nadie está contigo”, nos recordó César Acuña, llamado “padre de La Libertad” por una presidenta que se autoproclamó nuestra madre y que hace unos días afirmó ser “tendencia” en las redes sociales. Sin especificar en detalle la razón de tremendo privilegio, salvo ser una mujer que, al igual que millones de compatriotas, trabajamos arduamente sin ningún ‘wayki’ que nos “preste” un vaso de agua.
Como si esa dupla “Inti/Quilla” y su mundo narcisista en tiempos de crisis institucional y un incremento brutal de la pobreza no fuera suficiente, nos encontramos con una cantinflada de antología del ministro de Economía y Finanzas, José Arista, quien al comentar unas declaraciones del presidente del BCR dijo: “No estoy de acuerdo ni en desacuerdo, sino todo lo contrario”.
Otro caso es el de la ministra de Cultura, Leslie Urteaga, que anda ahora de vigilia ciudadana mientras nuestra memoria histórica corre el riesgo de perderse para siempre en un depósito industrial. Vi a la ministra al alba, tan entregada a la causa de su jefa, y pensé si no sería una buena idea trasladar el Ministerio de Cultura al depósito de Bocanegra y así los millones de documentos que conforman nuestra extraordinaria memoria histórica encontrarán su “Amanecer Seguro” en el recinto que ahora funge de portátil del Ejecutivo.
Respecto de la cereza amarga de la torta de nuestras desventuras, no es posible dejar de mencionar a ese congresista que, junto con sus “cyborg asesores”, se propone legislar usando la inteligencia artificial. Ello, mientras otra “madre de la patria” comparó su sueldo con el de los integrantes de la JNJ e indicó que no le alcanzan los S/30 mil que cobra por liderar su propia panaca de ineptos. “¿Usted cree que es justo?”, se preguntó.
El Perú ya no puede ocultar que es un simulacro de república. De esta perversión, que es de viejo cuño, se dieron cuenta muchos patriotas que pelearon por nuestra independencia. Pienso en el caso de Mariano José de Arce o en el desencantado José de la Riva Agüero. Ciertamente, existe una variedad de testimonios –incluso de los comandantes guerrilleros de la sierra central– que aluden a la frustración reinante luego de la emancipación. Sin embargo, lo que no deja de sorprender es que luego de 200 años de la épica Batalla de Ayacucho y habiendo sido el Perú el lugar del que salió el traductor del ‘Common Sense’ de Thomas Paine, continuemos reproduciendo el oportunismo y la insensatez desfachatada. Porque, a pesar de tener una historia milenaria, además de diversa, habitamos en la “dimensión desconocida” donde el “eterno retorno” a la estupidez y rapacidad ilimitada no nos permiten avanzar.
Para corroborar lo grave de nuestro entrampamiento –que es político, pero también sociocultural–, me permito citar un extracto de un artículo titulado “Desengaño”, publicado en el Callao, en plena campaña de Ayacucho que selló hace dos siglos la independencia continental.
“El congreso soberano o mejor diremos el club de facciosos parece que se instaló para aumentar las calamidades del Perú; deshonra de los constituyentes y oprobio de los que blasonaban ser patriotas. Este augusto cuerpo que constaba de individuos rescatados con arte y maña eran destinados para decidir la suerte del Perú. Hombres sin educación, sin talento, sin probidad ni honor, sin virtudes, sin conocimiento…”.
Esta discusión denunciaba a los “zánganos” que creaban “fortunas” mediante el abuso de “la confianza de la nación” y el sacrificio de un país entero. El ministro de Educación señaló, recientemente, que nuestros niños deben ser instruidos en la educación financiera y yo me permito recordarle que sin regresar al estudio de las humanidades y de la historia patria no habrá finanzas que nos salven de la debacle moral e institucional en la que nos encontramos. Prueba de ello es que nuestra memoria colectiva –el Archivo General de la Nación– está a punto de disolverse en un depósito cualquiera. Y puedo incluso apostar que dicha catástrofe en ciernes no será “tendencia” entre los ‘zombies’ amnésicos en los que nos estamos convirtiendo. Confío, sin embargo, en la sensatez de los que aún aman y respetan al Perú y a su historia llena de sombras, pero también de luces y de una permanente apuesta por una vida mejor.